08

149 27 0
                                    

Zayn


Había muy pocas personas en el pueblo que no iban a la iglesia los domingos y uno de ellos era Niall Horan. Su madre, Betty, había abierto la librería El Silencio hacía unos años, después de que su marido, Frank, se quedase sordo en un accidente de coche. Este luchó contra la depresión durante mucho tiempo y lo único que lo mantuvo a flote fue la lectura.

Durante meses, Betty se sentaba todas las noches con su marido y un libro en la mano y juntos leían en silencio, mientras pasaban las páginas con los dedos entrelazados.

En el pueblo siempre se los veía cogidos de la mano o con un libro.

Vivían refugiados entre su amor y sus novelas y, cuando se les ocurrió la idea de abrir una librería donde la única norma era el silencio absoluto, Betty no lo dudó.

Pasé gran parte de la adolescencia dentro de aquella tienda, sentada en la esquina del fondo y enamorándome de hombres y mujeres de lugares lejanos. Allí me di cuenta de que quería ser profesor de literatura. Quería enseñar a los niños la importancia de las palabras.

Las palabras tienen el poder de transportar a un joven de pueblo a mundos inimaginables. Cuando cumplí dieciséis años, también tuve mi primer trabajo allí. A veces, aquel lugar me hacía sentir más en casa que la mía propia.

Cuando entré en la tienda, sentí el olor de todas las historias escondidas en las estanterías. Historias desgarradoras, conmovedoras, de amor perdido y encontrado, para descubrirse a uno mismo, para sentirme menos solo en un mundo solitario.

No existía mejor sensación que la de enamorarse de personas a las que nunca habías conocido y, aun así, parecían parte de la familia.

La librería tenía una distribución única. Al entrar, estaba el vestíbulo, donde se podía hablar. Se habilitó una pequeña cafetería con mostradores y taburetes. En los mostradores había crucigramas que cambiaban a diario y, mientras te tomabas una bebida, rellenabas los puzles y charlabas con la camarera sobre los últimos cotilleos de Chester.

A la izquierda, había varias puertas de madera tallada, obra de Frank, en las que había escritas a mano una serie de citas de obras clásicas. Sobre ellas había un letrero: «Detrás de estas puertas empieza la historia».

Cuando entrabas, te rodeaban cientos de libros. Las estanterías llegaban hasta el techo y había escaleras por toda la sala para buscar esa novela que ni siquiera sabías que buscabas.

Había mesas repartidas aquí y allá para que la gente leyera. La única norma era el silencio, como en la cueva de un oso en mitad del invierno. Solo se escuchaba a la gente caminar de puntillas por la sala mientras buscaban su siguiente lectura.

Me encantaba la soledad que ofrecía

El Silencio. Era un lugar seguro donde los únicos dramas permitidos eran los que se escondían en las páginas.

—Pero qué tenemos aquí, Zayn Malik ha vuelto a casa —comentó Niall, con lengua de signos, cuando entré en la tienda. Siempre signaba cuando hablaba, como si fuera su lengua materna. Todos los que conocía me los había enseñado el.

Llevaba el pelo rubio en copete en y todavía tenía aquel hoyuelo en la mejilla derecha que siempre aparecía cuando sonreía, y Niall siempre sonreía.

Fuimos juntos al instituto y era, sin duda, el payaso de la clase, además de una persona muy buena. Sus bromas nunca eran a expensas de otros. Se reía de sí mismo antes que de los demás. Siempre me había fascinado la positividad con la que veía el mundo. Además, era una de las pocas personas del pueblo en las que confiaba. Cuando éramos niños, Niall me traía Coca-Cola Light con unos chorritos de whisky y nos sentábamos en el parque a observar a la gente un poco achispadas.

Notas (ZIAM)Where stories live. Discover now