Capítulo 43 (breve)

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¿Habría sido producto de una locura pasajera el haberse imaginado que su esposo había estado con ella? Podría serlo, nada más que despertarse sintió la cabeza embotada y no muy lúcida. Estaba desorientada ya que unos minutos antes había sentido perder el conocimiento y caer, caer al vacío... Pero no había frío, ni llovía. Estaba en su dormitorio del cual no recordaba cómo había llegado. La aparición de su doncella la ayudó a despejar sus dudas:

— ¡Qué alegría de verla despierta! Estábamos todos preocupados, mi señora. El señor la fue a buscar...

Levantó una mano y la joven paró de parlotear para dejar una bandeja en la mesita de noche. El aroma de una buena sopa le llegó a las fosas nasales. No se había dado cuenta el hambre que tenía hasta ahora. Sin embargo, necesitaba respuestas antes de satisfacer a su estómago hambriento.

— ¿Mi esposo? Creí que estaba dando un paseo cuando... no recuerdo más. 

— Se desmayó. Eso dijo el médico al revisarla. Un buen caballero, el señor Lawrence la recogió al verla tirada en el suelo.

Bonnie no le gustó oír que efectivamente se había desmayado. ¿Será porque no había comido?

— Por suerte, la halló pronto y se encuentra bien.

Asintió, apabullada por lo que había pasado. Con la intención de comer y sentirse un poco mejor, se acercó y cogió la bandeja. La doncella le colocó la bandeja y ella pudo catar la sopa que le sentó de maravilla. Con unas cucharadas más, le preguntó:

— ¿Lord Rhett? 

No evitó que tuviera dificultad al tragar cuando lo mencionó. 

— El señor se acaba de ir a sus aposentos, mi señora. No se ha separado de usted desde que se enteró de que estaba aquí. Estuvo buscándola mucho tiempo.

— ¿Eso hizo? — preguntó incrédula.

Aunque se había prohibido a sí misma sentir por él un sentimiento parecido al amor, no pudo controlar el ramalazo de calidez al saber que no había sido producto del sueño o de una locura.

— Sí, mi señora. ¿Quiere que le diga que ha despertado?

— No, por favor — dijo con rapidez y timidez —. No quiero molestarlo.

No le replicó, gracias a Dios. Aún no estaba preparada, es decir, con las defensas en alto para enfrentarse a él. Sentía que el odio había desaparecido y quería con desesperación su compañía. Sin embargo, la herida aún estaba abierta. No supo cuándo pero se le acabó el apetito, dejando el plato sin terminar.

— Me gustaría seguir descansando — la cabeza la tenía todavía embotada. 

— Llámenos por si necesita algo, señora.

En cuanto cerró los ojos, se asumió al agotamiento, anhelando que estuviera otra vez lord Rhett con ella. ¿Por qué no lo podía enterrar en lo más hondo de la tierra?

***

Era de noche cuando se levantó y se bañó para ponerse una ropa más cómoda y limpia. Su marido no había vuelto a pisar el cuarto, lo que le provocó cierta decepción. Bien cierto era que no lo había perdonado, pero eso no quitaba el hecho de que lo echara de menos. Muchísimo. Era tanto que cuando oyó un golpe en la puerta, se imaginó que era él, mas no fue esa su sorpresa que ver nuevamente a la doncella entrar con la cena.

— Pensé que le gustaría cenar en su dormitorio.

¿No lo estaba haciendo unos días atrás?

— Gracias — se acomodó en la mesa que había improvisto —. Puede marcharse y descansar.

Ella haría lo mismo, pensó cuando estuvo jugueteando con las patatas y sin probar mucho bocado. Levantó la mirada hacia la ventana. Afuera era noche cerrada y no había estrellas a la vista. Se sentó llevándose las rodillas al pecho y apoyando la barbilla en ellas. Su marido le había hecho daño. Aun así...

— No puedo ceder — se dijo —. No puedo hasta que vea que no quiere dañar a mi familia.

¡Qué difícil era todo cuando su corazón no entraba en razón! Contuvo un suspiro y se volvió a su cama, odiando la autocompasión que había alcanzado. Después de que su cabeza no diera vueltas sobre cierta personita, y estaba rindiéndose al sueño, sintió que alguien se hundía en el colchón y la buscó. Casi le dio un susto y se giró para espantar al pulpo que se le había pegado. Pero al oírlo, su corazón, se le paró.

— ¿Qué haces aquí? — las velas se habían apagado y no podía verle, solo el contorno de su rostro y el brillo de su mirada.

No quiso que su pregunta sonara como un reproche porque notó su envaramiento y su distanciamiento.

— Discúlpame.

— ¿Por qué? — antes de que se fuera de allí, lo cogió del brazo —. ¿Por qué me atormentas de esta forma?

— Aunque me pidas estar lejos de ti, me pides un imposible. 

Bonnie tenía los nervios hechos trizas. No podía verle, solo lo sentía a su alrededor y quiso abalanzarse a sus brazos, pero se reprimió. No sabía que estaba llorando hasta que él le limpió las mejillas.

— No sé cómo perdonarte.

— No pido tu perdón porque no me lo merezco.

— Entonces... 

Lo notó más cerca de ella y respiró con más fuerza ante su aproximación. No podía controlarse.

— Bonnie, no estoy orgulloso de lo que hice porque no creía que me pudieras importarme tanto. Finalmente cuando te he llegado a conocer y has sido mi esposa, me he dado cuenta de ello. Eso no me lo perdono. Creo que lo más conveniente es que me vaya y te deje tranquila. No he querido viajar cuando te encontrabas mal. Mañana nos iremos a Londres, estarás mejor con tu familia.

Sabía que cuando acabara de hablar, se iba a ir. Pero sus labios quedaron sellados y no le pidió quedarse. Aunque le respondió con su silencio, eso no lo amedrantó, sino que se inclinó y le dio un beso en la mejilla, sintiéndolo hasta lo más profundo de su ser.

— Buenas noches, Bonnie.

Deséame  #8 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now