Capítulo 10 (mini)

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Lo siento; estoy muy espesa.

Veremos qué pasa

🙏🙏🙏🙏🙏🙏🙏🙏

Nos leemos muy pronto

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La rueca de las Moiras empezó a rodar en esa noche, hilando el hilo del destino de los mortales. Nadie podía escapar de él, ni siquiera de la mala fortuna. No podía prever ni en mil años que podría haber desdichas en una fiesta llena de lujo, donde abundaba la riqueza y la generosidad de los nobles, quienes  se habían puesto sus mejores galas, bebían y disfrutaban del evento sin preocupaciones a la vista.

Por ejemplo, lord Rhett cansado de toda esa parafernalia, no había previsto al salir hacia la terraza encontrarse con una mujer deshecha que había querido desahogarse en la intimidad que daba la terraza. No se esperó que esta fuera la esposa de lord Darian; lo sabría más tarde al encajar las piezas del rompecabezas . Él no planeó dicho encuentro. Ni que la pobre mujer hubiera descubierto algo importante que tambalearía los cimientos de su matrimonio.  Había estado fumando cuando ocurrió tal inusitado fenómeno,  calculando el tiempo que tendría la señorita Darian en contarle sus sentimientos al marqués, que estaba presente también. No tendría que ser tonto para imaginarse que dicha señorita no aprovecharía tal oportunidad que le ofrecía el destino. Y él tampoco iba a interponerse. 

Tenía que reconocer que se alarmó al verla tan mal, ya que su tolerancia a los llantos de las féminas era escasamente nula. No era buen dado a consolar; ni siquiera en calmar a las mujeres. Habría hombres que tendrían ese don; pues ese milagro no lo tenía él. Pero podía intentarlo por una primera vez. Ninguna persona le podría achacar su falta de sensibilidad.

- Siéntese aquí - la dirigió a un banco y la ayudó a sentarse -, ¿quiere que le llame a alguien? ¿qué necesita?

- No llame a nadie, por favor. Lo que menos necesito es tener la gente encima de mí.

Iba a retirarse y dejarla sola ya que no era de su incumbencia los asuntos que aquejaban a la joven dama. 

- ¿Cómo puedo saber algo? - preguntó ambiguamente.

- ¿Disculpe?

Hester no podía más, no podía más. Sollozó, agachándose y rompiéndose. Intentó Enzo en no perder los estribos enfrente de ella. Puso la mirada hacia el cielo, aguantando las ganas de no salir en zancadas.

- ¿Cómo puedo saber que mi esposo me en... engaña? 

Una mano helada acarició el cuello del hombre, poniéndoselo en punta. 

- ¿Estamos hablando de lord Darian?

Ahora se había vuelto interesante el tema, y él que estaba esperando a que el marqués diera calabazas a la princesa. 

- Sí, soy su esposa. No puedo desconfiar de él, no puedo... pero... ¡Oh, Dios mío!

Pobre, si ella supiera. Él no le iba a quitar la ilusión de no saberlo. Era eso o vivir en el permanente engaño. No podía permitirlo, aunque significara el fin de lord Darian. Su venganza, diferente a la que pensó su tío, habría llegado a su punto culmine. ¿Y por qué no? La dama que tenía enfrente era la clave para ello. Todo hombre tenía una debilidad. Se imaginó que ella era el talón de Aquiles del banquero.

- Busque en el escritorio de su oficina y sabrá la respuesta. 

Los ojos de la joven se abrieron como platos. ¿De puro horror? ¿De pánico porque estaba a punto de descubrir la espantosa verdad? No lo podía discernir. Habiendo hecho su cometido sin haberlo orquestado; salió, no iba a ser que se pusiera llorar de nuevo, cosa que no podía soportarlo.

El cargado ambiente lo abofeteó, pero no salió de nuevo. Sorteó las miradas de las casamenteras, ya que no había fiesta que no intentara cazar algún mozuelo sin muchas luces para que se esposara con una dama virginal.  No se compadecía; dado la situación a él le importaba un carajo. 

No tenía un rumbo fijo o sí, ¿dónde uno podría charlar al abrigo de la privacidad sin que nadie pudiera ser testigo de ello? En la oscuridad de los jardines, no lo creía porque había estado revisando antes. ¿Dónde? 

No era la primera vez que había estado en la mansión de los duques; hacía poco, se había celebrado la soltería y el compromiso futuro de lord Lobrough con la cortesana, la señora Savage. Iba a estar un buen rato entretenido, buscando, aunque no tardaría en hallar la respuesta a su pregunta.

Muy fácil había sido. 

***

Muy fácil no había sido.

Lady Darian aunque había tomado claramente la decisión de contarle sus sentimientos al marqués esa misma noche, no esperó hallarse nerviosa e impaciente llegado el momento. Menos cuando lo intentó buscar entre todos los invitados que podía haber.

 No sabía dónde se había metido, pero en cuanto lo encontrara, el tiempo no correría a su favor. ¿O sí? Porque de repente los miedos empezaban a emerger como garras monstruosas que querían atraparla y abocarla al abismo. 

Una confesión no era una tarea difícil; pero sí emocionalmente complicada ya que tenía los nervios a flor de piel y la boca seca. Había decenas de personas en el salón y ninguna de ellas la que quería ver ansiosamente. Afortunadamente, no se topó con lord Rhett, que seguramente se habría burlado de sus intentos inútiles. 

Pensar en él era encenderla. No para bien. 

Intentó calmarse y prosiguió en lo suyo. ¿A lo mejor estaría bailando con alguna dama?, se preguntó desconsoladamente. Porque podría haber sido ella la que habría elegido para el baile. Aun así, eso no cambiaba el hecho de que cuando le confesara sus sentimientos, habría una oportunidad para ella, ¿verdad?

No supo porqué pero eso no fue el consuelo esperado. 

Deséame  #8 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now