Capítulo 14

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No era una opción recriminarse por lo que una vez dijo y supuestamente nunca haría.

Había tenido el valor suficiente de no recordarlo, al menos en las horas que siguieron al tomar la decisión de aceptar la cena para no sentirse avergonzada consigo misma, ya que había sido una deslealtad hacia su persona. Así era; porque no estaba en su carácter romper promesas, y mucho menos, juramentos. Sin embargo, la desesperación no era buena amiga con la prudencia. Tampoco lo era con la decencia porque acudir en plena noche, en el hogar de dicho caballero, que no se merecía su simpatía, no era lo más sensato que había hecho.

Mas, definitivamente, en esa noche no había actuado con sensatez.

Inspiró hondo e intentó no perder los nervios. Estaba yendo sola y sin ninguna carabina cerca de ella. Estaba claro que su reputación pendía de un hilo muy delgado. Las Moiras podían jugársela y bien, ella no tendría la oportunidad de quejarse desde el instante que aceptó esa irresponsabilidad. Mantuvo la capucha de la capa abajo mientras sus pasos continuaron. No podía permitirse más descuido del que estaba haciendo.

Más tarde o temprano, llegó a su destino. No se quitó la capa, ni cuando estuvo dentro de su guarida hasta asegurarse de que estaba el dueño era él.

- Sí, se encuentra en el lugar indicado. Acompáñeme, por favor. La llevaré hasta el comedor donde la está esperando, señorita.

Tuvo el detalle de no decir su título. ¿Acaso él lo había ordenado?, se preguntó y, a la vez, lo negó con la cabeza. Él no era un caballero, sino a qué vendría esa invitación que rozaba la indecencia. No respiró tranquila mientras el ruido de sus tacones se ahogaba en la alfombra, acercándose a su encuentro.

Lo encontró, en la mesa, aún sin haber cenado. En cuanto el mayordomo anunció su presencia, manteniendo su identidad al mejor recaudo, lord Rhett se levantó y fue hacia ella para saludarla.

Salió, dejándola sola en el peligro. No le permitió que le quitara la capa, haciéndolo ella personalmente. No supo porqué, pero no podía quitarse la sensación de sentirse desnuda cuando llevaba hasta un vestido de cuello cerrado. No se había esforzado en ponerse linda.

¿Para qué si no iba con la pretensión de seducirlo?

¡Ni muerta!

- Buenas noches, alabo su buena decisión de haber aceptado mi invitación - dijo ajeno a sus turbios pensamientos, le tendió una mano que ignoró a propósito, cuadrando hombros -. Venga conmigo.

La dirigió hacia donde se iba a sentar. Al menos no sería a su lado. El comedor era una estancia espaciosa y poco amueblada.

- Mi cocinera se ha esmerado en elaborar un menú que espero que sea de su agrado - volvió a su lugar; enfrente de su silla.

- ¿Por qué darse tantas molestias? ¿No puede ir al grano y decirme a qué venía este disparate?

Afortunadamente y debía haberle dado las gracias de que no sacara el tema que había ido a su casa, rompiendo su palabra.

- No se apresure y disfrute de la cena - replicó con una calma que la desquició por dentro, que tuvo que esconder.

Los sirvientes dispusieron de la cena, que sospechaba para su desosiego que iba a ser larga.

No adivinó cuánto.

***

El deslizar de los cubiertos sobre la porcelana de los platos provocó un ruido estridente, peliagudo que le puso la piel de gallina pese a que estaba lejos de su compañero de mesa, alcanzándola.

Uno comía; el otro tenía el estómago cerrado por los remordimientos. Sin embargo, esto no le afectaba al anfitrión y director de esa cena.

Había hecho mal en aceptar esa invitación, indecente, que a esa altura si nadie había descubierto su identidad, habría sido por puro milagro.

Sin embargo, había ido por un motivo. Quería averiguar qué propuesta le tendría para salvar su orgullo tras su decepción amorosa con el marqués Werrington.

- ¿No va a comer?

- No.

- Una pena; el faisán está delicioso.

Comía tan pulcramente que casi uno pensaría que no se llevaba ningún trozo a la boca o prácticamente nada.

- Puede decirme ya, a qué venía esta cena.

Ni siquiera su demanda lo distrajo de su comida. La saboreó y la masticó, alargando más los segundos, los minutos, desesperándola.

- ¿Por qué acabar tan pronto de su entretenida compañía?

- ¡No se burle de mí! Me tiene aquí, sabiendo que mi reputación se dañaría por completo, un detalle que no le preocupa en absoluto. ¡He sido una tonta en haber venido!

- Era lo último que haría, princesa. No sería capaz de burlarme de usted.

Pestañeó ante el inesperado apelativo cariñoso. Era muy común en su casa, ¿acaso sabía más de su persona que ella conocía de él?

¿Qué se le estaba escapando?

Atisbó una figura que salía de las sombras, su mirada vacía de sentimientos la asustó, pero el caballero negó con la cabeza, haciéndole volver a la oscuridad.

No debió haberlo subestimado. Sus ojos cristalinos que rayaban la transparencia del cristal se lo dijeron, pero la sensación duró tan poco que se preguntó si se lo había imaginado.

- Le ofrezco una única oportunidad para resarcirse y darle en las narices al marquesito.

Lo observó levantarse y dirigirse hacia ella, pero no se acercó tanto, quedándose en el límite de la decencia. Se sacó de su chaqueta una cajita pequeña y cuadrada, desconcertándola. La puso encima del mantel blanco impoluto. Destacaba por encima de ese mar blanco, no podía apartar la vista de eso.

- ¿Qué es esto? - temió en abrir la tapa.

No hizo falta; lo hizo él por ella.

- Una propuesta de matrimonio.

Deséame  #8 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now