Capítulo uno

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James seguía tan enroscado con sus ideas que ni siquiera se había dado cuenta de la hora que era. Las palabras brotaban de su mente y fluían por sus dedos hasta llegar el papel. El chico parecía poseído, no paró ni en un solo instante. Estaba tan cerca de terminar que no podía parar en ese momento... y ahí fue cuando se le olvidó. Había olvidado un pequeño detalle que era fundamental en su historia.

–¡Mierda, James! –se dijo así mismo –Piensa, piensa, piensa –se decía así mismo una y otra vez mientras se golpeaba la cabeza con la mesa.

–Hijo, ya son las once –dijo su madre desde el umbral de la puerta de su habitación –Será mejor que te duermas... mañana tienes que ir a la escuela y...

–No lo entiendes mamá, ya casi... termino... de... escribir... –musitó mientras intentaba recordar lo que se le había escapado así como así.

–Sí que lo entiendo, tres años viendo bajar tus notas porque te pasas más tiempo escribiendo que estudiando –comentó su madre –Para las once y media te quiero durmiendo en la cama con o sin el libro terminado.

–Vale –respondió James sin siquiera mirarla, aún seguía concentrado en terminar la novela. Intentó recordar que era aquello que había olvidado, pero no lo logró.

Seguía pensando... pero nada.

–James... –dijo su madre a las once y media exactas.

–Ya voy, mamá –respondió su hijo. Se sacó la ropa y se metió en la cama pensativo.

Y no tardó en dormirse.

Su despertador sonó a las seis treinta como de costumbre. James abrió los ojos y se quedó un momento pensativo.

– ¡Lo tengo! –Exclamó – ¡Sí, sí, sí! –dijo con euforia y comenzó a escribir otra vez. Se sentía tan feliz que ni se molestó en cambiarse.

– ¡James! –gritó su madre desde la planta baja.

Su padre entró de repente en la habitación y lo miró de arriba abajo.

–Son casi las siete ¿eso no te dice algo?

–Ya voy papá... solo un minuto más –respondió sin siquiera mirarlo.

–No. Cámbiate y termínalo en el autobús o en el instituto o donde sea –replicó.

–Hum... vale –dijo James pensándoselo dos veces.

Su padre salió de su cuarto y James se vistió rápidamente. Metió todo el libro en una carpeta y lo colocó cuidadosamente en la mochila.

Se fue sin desayunar, no tenía tiempo de pensar en otra cosa que no fuera en sus escritos, tenía que repasarse el final varias veces para recordar cada palabra y que esta vez no se le escapara nada.

Tomó el autobús que lo llevaría al instituto, se sentó en uno de los asientos traseros y siguió repasando durante el resto del viaje. Ya sabía por experiencia propia que no le convenía sacar el libro allí y ponerse a escribir; una vez lo hizo y perdió como tres hojas, además de que la letra le había salido toda corrida y lo había tenido que volver a reescribir.

Llegó diez minutos tarde al colegio y se dirigió rápidamente al aula en que cursaba literatura. Entró rápidamente y se sentó en uno de los asientos del fondo. La profesora llegó dos segundos después que él. Todos ya habían sacado el libro que había que leer para esa clase, excepto James que ya se encontraba escribiendo otra vez. No podía creer que luego de tres años ya estuviera por terminar de escribir el libro.

–James ¿podrías explicar el capítulo número uno del libro que había que leer para hoy? –Le preguntó la profesora, pero él no pareció escucharla- ¡James Williams!

– ¿El qué? –dijo el chico apartando la mirada de la hoja.

– ¿Podrías explicar el primer capítulo del libro? –repitió la mujer.

–No lo he leído –respondió. Lo había olvidado completamente.

– ¿Y por qué no lo has leído?

–Porque he estado muy ocupado –se inventó.

– ¿Tan ocupado como para no leer el libro de mi clase?

–Supongo.

–Ya veo... –murmuró para sí la profesora –Entonces haznos el favor de abrir la página número ocho y leer la primera oración.

–No he traído el libro –dijo y algunos soltaron un par de risitas.

– ¿Y por qué no? –preguntó la mujer cada vez más enfadada.

–Porque me olvidé de ponerlo en la mochila.

– ¿Eres consciente de que podrías reprobar el trimestre si sigues sin hacer los deberes? –preguntó la profesora y al no conseguir respuesta continuó: – Este jueves hay que hacer un trabajo sobre el libro. Tendrás que leerlo y hacer el ensayo sin falta para ese día, y no quiero excusas como "Me lo olvidé" o "No lo he terminado, se lo entrego la próxima semana". Nada de eso, Williams. Si no me traes el ensayo para esa fecha, reprobarás el trimestre ¿entendido?

–Claro –murmuró. Luego la profesora continuó dando la clase, mientras James seguía escribiendo.

"¡Sí! ¡Lo he terminado! Por fin" pensó el chico lleno de euforia. Luego de tres largos años había terminado la novela que tanto le había costado escribir; 467 páginas completadas. "Ahora solo me falta corregirlo" se dijo a sí mismo. De repente sonó el timbre y todos salieron del aula. James guardó el libro en la carpeta y se la llevó en la mano.

–Para el jueves – le recordó la profesora y el chico se limitó a asentir.

Se sentía tan bien, tan feliz, tan... liberado. Aún no era capaz de asimilar que por fin lo había terminado. Subió las escaleras y se dirigió al aula de biología. Volvió a sonar el timbre luego de unos minutos, y los alumnos entraron a las aulas. Williams volvió a dirigirse al fondo; abrió la carpeta y sacó el libro. Se lo quedó mirando unos minutos antes de comenzar a leerlo.

El profesor comenzó a dar la clase, aunque James no tenía ni la menor idea de qué estaban haciendo. El hombre se acercó a donde estaba sentado el chico y lo miró fijamente por unos segundos.

– ¿Estás leyendo lo que les di para que estudiaran? –preguntó.

–No.

– ¿Entonces qué haces, Williams? Ponte a leer ahora mismo, cierra esa mugrosa carpeta y no quiero volver a verla por el resto de la clase o te enviaré a la oficina del director –amenazó el profesor.

–Vale –respondió el chico cerrando la carpeta y colocándola debajo de su asiento. Abrió el libro de biología y comenzó a leer la página que el hombre les había indicado.

Luego de dos horas, sonó nuevamente el timbre. James salió rápidamente del aula y se dirigió a la siguiente clase. Estaba repasando en su mente todos los trabajos que les debía a sus profesores.

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