Cuando los tipos regresaron, le obligaron a ponerse de pie, con la misma cortesía con la que le habían roto una costilla y un labio. El guardia civil tenía muy claro que su desgracia había sido estar en el lugar incorrecto en el momento incorrecto, a pesar de ello, necesitaba escuchar de voz de sus captores una acusación directa que justificase aquel maltrato. No perdía nada por intentar averiguarlo...

—¿Todo esto es porque metí a la chica en el coche? —preguntó.

—Todo esto es porque no es un buen jugador, agente; un buen jugador sabe que la suerte solo le acompaña si sabe retirarse a tiempo—le contestó una voz femenina, con un acento de lo más extraño, mientras le descubría los ojos y le liberaba de todas sus ataduras.

Reyes se quedó de piedra al ver el rostro de su captora: una septuagenaria, elegante y perfumada, que tenía pinta de tomar su té con pastas con la reina de Inglaterra. Su presencia allí era aún más incongruente que la del aparato luminoso que había hecho crujir su ropa interior.

—¿Y cuándo se supone que debí abandonar la partida? —insistió.

—Antes de ponerse a rondar la casa de Martín Munt fuera de su horario de trabajo; en estos días es muy difícil encontrar gente tan altruista y con ese elevado sentido del deber.

A una simple palmada de su interlocutora, el hangar se iluminó por completo. Reyes recorrió con una mirada analítica su entorno y se centró en idear la manera de escapar; ella le había dejado ver su rostro y eso solo podía significar que no pensaba dejarle salir de allí con vida.

—¿Quién es usted? —tanteó.

—Solo soy una abuela preocupada.

—Por supuesto... ¿Dónde estamos?

—En un portaviones de la U.R. de Interpol, sargento.

—¿La U.R.?

—Unité pour la réconciliation.

—¿Unidad para la conciliación? ¿Por qué ese nombre? Presiento que no son abogados matrimonialistas—apostó el agente, algo más optimista respecto a su suerte.

—No, no lo somos—sentenció la mujer, al tiempo que, con una nueva palmada hacía elevarse uno de los enormes portones laterales del hangar—. Como tampoco somos <<gentuza que no sabe lo que es la dignidad, ni el honor>>.

Reyes no escuchó aquel último reproche; flotando a más de dos metros del suelo, en un patio enorme, había una nave cilíndrica de las dimensiones de un gran tanque de agua. Su fuselaje: finas láminas de turmalina, pulidas y superpuestas, como los pétalos de una flor, parecía electrificado. En el interior de su base y en el más absoluto de los silencios, rotaban enormes hélices metálicas, y refulgían de forma intermitente cegadores destellos azules y blancos. ¡Jamás había visto nada igual! Ni siquiera se había planteado que algo así pudiera existir.

—¿Qué demonios es esta cosa? —farfulló, sintiendo como todo el pelo del cuerpo se le erizaba y la ropa se le adhería a la piel.

—Es el Statique: un prodigio capaz de burlar tanto las normas básicas de la aeronáutica, como a radares y a su educación de chico de clase media-baja con padres hippies, educado en una escuela pública rural —le informó su captora como si tal cosa, al tiempo que le invitaba a acercarse al aparato.

El sargento lo hizo a regañadientes; tenía tantas preguntas que hacerle a aquella misteriosa mujer... Tener aquella cosa con lucecitas jugando con sus sentidos no le dejaba pensar...

—Se está fraguando una guerra Sr. Reyes. El enfrentamiento definitivo. Los niños mimados del sistema, como Steven Rud y Nico Delaras, se han cansado de jugar con sus juguetes a solas y arden en deseos de socializar; necesitamos gente comprometida, sin ataduras emocionales, que lo deje todo para ayudarnos a impedir que eso suceda.

RASSEN IWhere stories live. Discover now