↳ ੈ‧₊ 18 DE JUNIO

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En los últimos días, Shuichi no fue capaz de sacar de su mente el asunto con Amami. Llevaba alrededor de un mes enfermo, asimilando su tiempo de enfermedad con aquel de Hinata.

De hecho, pensar en ello le causaba una terrible sensación en el pecho, una que deseaba no sentir por su propio bien. Quemaba dentro suyo, advirtiéndole que aquella emoción tan tóxica no podía ser sana en ninguna circunstancia.

Rantaro era un muy buen chico, era servicial y apoyaba a todo el mundo en lo que necesitaba, era obvio que los dioses lo iban a elegir a él y no a Saihara, un patético chico en sus 20s que necesitaba del adictivo afecto de una entidad divina más que nada para seguir siendo mentalmente estable.

Pero Shuichi no estaba aguantando más. No sabía si eran directamente sus celos lo que le estaban causando pensamientos destructivos, pero aquellas ideas de infligir dolor sobre su persona aparecieron una vez más en su cabeza de la nada después de años de no experimentarlos.

Los pensamientos eran terribles, corrientes mentales que atormentaban su mentecita cada segundo de su existencia y que no le permitían vivir contento del todo, que lo hacían caer en la desesperanza que tanto se demonizaba en su conjunto de creencias.

Los dioses iban a odiarlo cuando muriese, puesto que no había sido capaz de mantener su desesperanza a raya, aquel terrible estado de ser que aquel trío de divinidades odiaba más que nada. Había crecido exponencialmente desde aquella plática con el chico de los ojos verdosos y no había podido parar, solo crecía y crecía, haciendo que incluso levantarse de su cama resultase complicado.

Eran cosas que no extrañaba. No extrañaba su falta de motivación por las mañanas y sus sesiones de llanto por las noches que tenía cuando era solo un adolescente más en la sociedad. Creía que se había librado de esas ideas horrendas sobre su persona cuando ingresó al convento y dejó su alma entre las manos de Ouma, pero parecía no estar funcionando últimamente.

De hecho, estaba tan desesperado que no podía soportar la idea de vivir ni un segundo más. Necesitaba terminar con su existencia de una vez por todas antes de que esos pensamientos se plantasen más dentro suyo y terminase por decepcionar a todos los demás dentro del convento con su energía tan negativa.

Por esa razón, aquella noche se encontraba en su habitación, dando los últimos respiros de su vida. No soportaba más el vivir en condiciones tan horrendas y nocivas para los que le rodeaban, el final de su existencia quizá traería más bien que mal.

Se encontraba sentado sobre su cama tendida, en una de sus mejores túnicas. Entre sus manos había un cuchillo, uno de apariencia fina que había tomado prestado de la cocina compartida que tenían en el sitio. No podía ser higiénico utilizar aquel objeto, pero ya no le importaban muchas cosas como para tomar eso en cuenta, estaba impaciente por el momento en el que sus ojos se cerraran y no volviesen a abrirse.

No iba a ser una muerte linda. Era desagradable y grotesca, pero no sentía que tenía derecho a morir de una forma bella. Hinata y Makoto murieron de una forma preciosa, el cuerpo del primero se conservaba intacto a pesar de los meses que habían pasado y el cuerpo de Naegi había desaparecido completamente del área. Fueron muertes fantásticas y misteriosas, etéreas, divinas y celestiales, aptas para ellos. Saihara, por su lado, estaba seguro de que no merecía algo así.

Según dictaba su mente trastornada, solo derramando sangre podría asemejar una desagradable escena que fuese apta para él, un joven sin importancia que no se merecía el amor de un dios como lo era Kokichi.

Las lágrimas no faltaron en aquella escena, pintando puntos mojados sobre las sábanas de la cama, de aquellas ocasiones cuando las gotitas saladas caían sobre la tela. Eran lágrimas tristes y de dolor, una miseria interminable y de tanta intensidad que lograban conducir a su dueño al más definitivo de los actos sobre la vida humana.

↳ ☁️₊˚. ··· Ethereal »-Oumasai-«Où les histoires vivent. Découvrez maintenant