Capítulo 11

504 63 38
                                    

—Su vuelo a Tokio está listo, señor.

—Gracias, Kabuto. Puedes retirarte.

El hombre de cabellos plateados y lentes de marcos oscuros hizo una reverencia y se dio la vuelta para retirarse de la habitación, dejando a la otra presencia sola en el lugar.

Sonrió.

Una sonrisa retorcida y satisfecha.

La marca al fin se había activado, aunque ya no le fue necesaria para localizar a su objetivo.

Esos niños habían sido muy imprudentes permitiendo que imágenes de ellos se filtraran en los medios. El mismo día que se habían reunido, él los había encontrado.

Uchiha Sasuke.

Ese era el nombre que el Espíritu de la Luna había adoptado en esta vida.

Namikaze Naruto.

Ese era el nombre de su principal obstáculo, la reencarnación del Espíritu del Sol.

Había estado tan cerca antes de conseguir su cometido. Consiguió separarlos, consiguió que no pudieran reunirse de nuevo en sus siguientes vidas, pero se le escapó un detalle. A pesar de haber quitado al Sol de por medio, no podía encontrar a la Luna sin él.

Sin que se encontraran, no había manera de localizar su objetivo. Las almas de la Luna y el Sol solo despertaban al encontrarse, sino permanecían dormidas hasta llegar al lecho de muerte, y ahí ya era demasiado tarde. Así que tuvo que replantear su estrategia.

Necesitaba al Sol para encontrar a la Luna, pero debía descubrir alguna manera de evitar que se repitiera el desastre de mil años atrás. Tenía que deshacerse del chico Namikaze de una vez por todas para que dejara de interferir con su objetivo.

—Uchiha Sasuke. —murmuró, saboreando su nombre en sus labios mientras observaba la imagen enmarcada que tenía sobre su escritorio.

La había obtenido del registro escolar. En cuanto tuvo a su disposición los nombres de ambos jóvenes no perdió tiempo e investigó profundamente a ambos adolescentes.

Uchiha Sasuke, segundo hijo de Uchiha Fugaku y Uchiha Mikoto. Ambos fallecidos hace ya cinco años. Vivía con su hermano mayor, Uchiha Itachi, en un departamento en el centro de Tokio.

Tenía los cabellos tan negros como la noche, dos mechones largos a cada lado de su rostro, enmarcándolo. Sus ojos eran negros y profundos con forma almendrada, delineados por oscuras y espesas pestañas. Piel pálida, como la porcelana más fina. Un rostro de facciones elegantes y masculinas. Definitivamente seguía conservando su belleza a pesar de haber dejado atrás su vida inmortal.

El retrato mostraba a un joven serio e impasible, sin ningún otro tipo de emoción en su expresión. Una obra de arte, definitivamente. Una que tenía que ser suya a toda costa. Ahora que se le había presentado en bandeja de plata, con un cuerpo más joven que la última vez que le vio, era su oportunidad.

Recordaba con claridad la primera vez que le había visto. Vivía solo, como la mayoría de los de su clase. Junto al sol se le había encargado la tarea de cuidar de la Tierra y de la vida que ahí habitaba. Desde que lo vio en aquel entonces, sus largos cabellos con reflejos azules y el aura de divinidad que le rodeaba, supo que lo quería para él. Lamentablemente estaba en un lugar donde no podría alcanzarlo fácilmente.

Tuvo con conformarse con verlo desde lejos, rabia instalándose en lo más profundo de su ser cuando se dio cuenta que aquel al que deseaba solo veía hacia aquella estrella refulgente que iluminaba los días de aquel patético planeta que ambos cuidaban. Lo peor es que el sol respondía del mismo modo, añorando desde lejos a lo que debía ser suyo.

Almas ancestrales: Sol y LunaWhere stories live. Discover now