.21. Elecciones difíciles.

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Me sentía tan bien, tranquila, sin dolor en mi cuerpo. Esa larga siesta me había sentado de maravilla, con un poco de pereza abrí mis ojos, pero... ¡Qué Demonios!

¿En dónde estaba?

Ese lugar estaba muy iluminado y vacío, sin contar que estaba sola y vestida con ropa blanca tanto como mi blusa, como mi pantalón.

¿Qué me pasó? ¿Estaba... muerta? ¡No!

Claro que no, yo aún no podía morir, no sin antes haber matado a todos esos imbéciles.

Tal vez si me moviera un poco encontraría alguna salida, aunque dudaba mucho que hubiese alguna. Caminé en línea recta, debí haber estado haciéndolo por más de una hora y no encontraba nada. Era como si fuera una gran habitación blanca, con excesiva iluminación que no tenía fin, un momento... A unos cuantos metros más adelante, distinguí una pequeña laguna, al menos podía acercarme a refrescarme un poco.

Me arrodillé en la orilla y miré mi reflejo en él. Mi respiración se cortó abruptamente, presentía que me daría un ataque de ansiedad en cualquier momento.

- ¡Por Dios!

¡Soy yo! ¡Mi yo humano! ¡Mi antigua versión!

Estaba igual a como era antes de transformarme, con mi cabello castaño y mis ojos de color chocolate, ya no estaban las marcas de mis cuernos. Me veía tan normal... tan humana. No podía estar pasándome eso justo cuando más que nunca necesitaba de mis dones para regresar, no quería ser así... ya no.

- ¡Aparezcan! – grité desesperada, pero nada ocurría. No estaban más mis alas ni mis cuernos, estaba desesperada - ¿Qué me está pasando?

- Nada malo te está ocurriendo, cariño – escuché a esa tierna voz detrás de mí.

Esa voz la reconocería en cualquier sitio, me levanté con mucho cuidado, mis piernas estaban temblando y cuando alcancé a voltear, me encontré con la mejor sorpresa de mi vida.

- ¡Mamá! ¡Papá! – grité sorprendida. No desperdicié ni un solo segundo más para correr hacia ellos y abrazarlos – Creí que los había perdido para siempre.

- Princesa, siempre estamos contigo – me respondió mi padre antes de besar mi frente.

- ¿He muerto?

- No mi niña, no has muerto – me dijo mi madre mientras que nos vamos separando del afectuoso abrazo.

- ¿Y en dónde estamos?

- A medio camino – me dijo él – Tenemos una historia que contarte, que tal vez te de la fuerza que necesitas para regresar. Ven, acércate al lago y mira en él.

- Gea, cuando estaba embarazada de ti, contraje una extraña enfermedad y varios médicos junto con tu padre trabajaron día y noche buscando alguna cura, pero para eso primero debían averiguar qué era lo que me afectaba y nadie lo sabía – el lago reflejaba todo lo que mi madre me estaba relatando, la vi a ella muy joven con un pequeño bultito en su barriga dormida en una camilla conectada a muchas máquinas y a su lado estaba mi padre con pequeño Michael de 4 años mirándola con mucha tristeza - Una noche tuve una visita que desconocía hasta que llegue aquí. Fueron Adara y Gabriel quiénes nos salvaron, porque ellos ya sabían que tú eras su elegida – y fue así, ahora el lago reflejaba aquella noche. La fuerte lluvia golpeando la ventana, mi madre se encontraba en un profundo sueño y en un pestañear aparecieron ellos colocándose a cada lado de la cama y pusieron sus manos sobre su vientre, una fuerte luz los rodeó y cuando todo regresó a la normalidad, ellos ya habían desaparecido.

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