Capítulo diecinueve.

Începe de la început
                                    

―Fíjate, ―apagó la hornilla, y la tomó de las manos―. Voy a hacer un viaje, junto a otros gobernadores, a otro Estado. ―Virginia entrecerró los ojos―. Entonces, le pedí a mis superiores que me dejaran estos días contigo. No sé cuándo saldré, pero tendré una fecha pronto.

― ¿Qué harás? ¿Tengo que ir contigo? ―Se sintió feliz, y a la vez horrorizada de sentirse así.

Podría pasar más tiempo con...

El pensamiento se bloqueó, de repente.

Le pediste espacio, ¿recuerdas?

Suspiró, y le sonrió.

―No, es un mitin con los políticos ―comentó, acariciándole el rostro. Él lo hacía con delicadeza, pero ella la percibió rustica―. Tranquila, tu trabajo no se verá afectado.

―No es eso, es―

―Ya, descuida. Está bien.

 Compartieron un abrazo, y Virginia se marchó a tomar un baño.

Cuando estuvo lista, bajó y la mesa ya estaba servida. El reloj apuntaba a las siete y media. Su estómago rugió.

Un Augusto sudoroso, quitándose el delantal y dejando el último cubierto sobre la madera donde comerían; le lanzó un beso y la morena le guiñó un ojo.

― ¿Por qué traes vaqueros? ―inquirió el hombre.

―Es que, quedé de verme con Gisela en su apartamento. Debe estar extrañada, de que yo no haya llegado ―explicó, metiendo las manos en los bolsillos traseros del pantalón.

Se colocó una camisa roja de mangas cortas, unos zapatos cerrados y se soltó la melena. Una cadenita, alrededor de su cuello, un reloj marca Guess en su muñeca y la alianza nupcial en su dedo anular. Guardó su móvil, en el bolsillo delantero.

―Ah, entiendo. ¿Cenamos?

― ¿No ibas a ducharte primero? ―Señaló con el pulgar las escaleras, que conducían a su recámara y frunció ligeramente el ceño.

― ¿Huelo muy mal? ―preguntó, en tono de broma. Se carcajeó y la contagió―. No, pero como me dices que tienes que salir, quiero cenar contigo y que puedas irte tranquila.

―Gracias. ―Le dedicó una sonrisa blanqueada, y pasaron a comer.

Augusto, le volvió a mencionar el tema de los hijos mostrándose ilusionado. Esto, le causó más remordimiento de conciencia a Virginia. Estaba engañando a un hombre, que no lo merecía en lo absoluto. Ella no le dio una respuesta rápida, pero no cortó de un tajo las esperanzas que albergaban en él.

La pelinegra, deseaba con todo su corazón tener bebés y formar una linda familia. Había dado un gran paso, que era el casarse con un buen hombre, pero no el que ella amaba. Le dijo que lo pensaría, y luego de su viaje le daría una respuesta.

El político, se entusiasmó, pues la expresión de su mujer fue alegre y eso le abrió las ilusiones. La acompañó a la puerta, y la vio alejarse por el camino hasta la cerca de la casa. Allí, moraban unos guardaespaldas, quienes le consiguieron el carro y se lo estacionaron en frente.

Le hizo una llamada a su hermana, contándole su retraso y cortó enseguida. Le escribió un mensaje, cuando llegó al edificio. Entonces, la mujer rubia bajó y le abrió el parqueadero privado.

―No te ves tan mal, como creí ―se burló, y ésta revoleó los ojos. Se fundieron en un abrazo―. ¿Qué te hizo él?

― ¿Quién? ―Se desentendió.

H I D D E N ©✔Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum