VII

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Un poco más relajado y tras dos horas de Jimin hablando sin parar, Jungkook retomó su camino a casa

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Un poco más relajado y tras dos horas de Jimin hablando sin parar, Jungkook retomó su camino a casa. Agradecía el buen físico que poseía para resistir todo a pie pero los mismos parecían indicar que no soportarían la ruta hacia la casa de los Lee por sí solos.

Llegó más rápido de lo deseado, como si el mundo se burlase de él acelerando las horas. Entró en casa y saludó con un beso en la frente a su madre; la mujer lo escaneó con una ceja alzada, no dejando pasar la mirada tristona y el aire desanimado que el hombre arrastraba consigo.

—¿Qué haces aquí?

—Cena con los Lee —la mujer entonces comprendió.

—Aséate, prepararé algo de comer —el pelinegro obedeció tragándose la réplica, puesto que no tenía mucho sentido comer allí si de todas maneras lo haría allá. Pero servir muchas veces era el lenguaje del amor de su madre y él no podía hacer nada para cambiarlo.

Preparó sus mejores prendas y se permitió perderse otro poco en su cabeza mientras el agua le enjuagaba el cuerpo, pues si se mentía lo suficiente las gotas sobre su pecho se tornaban saladas.

...

Agradeció el detalle de que su madre comiera junto a él, dejando a un lado sus inconformidades comió con gusto de escuchar la animada plática de la mujer que con ojos brillantes y sonrisa deslumbrante comentaba las nuevas cosas que estaba aprendiendo, desde platillos y lavado hasta técnicas de bordado. Aquello le calentó el corazón en anhelo, por lo que no pudo detenerse.

—Puedes enseñarme, un día que sientas que lo has aprendido a la perfección. Ya sabes lo que dicen, si puedes enseñarlo es que lo has entendido por completo.

Contrario a cualquier reacción que hubiera esperado, la pelinegra rio nostálgica, bajando la mirada unos segundos para perderse en las lagunas de sus más preciados recuerdos, aquellos que mantenía protegidos en lo más recóndito de su ser.

—Hace mucho que no tejes algo conmigo, ¿Cierto? A veces lo extraño, al pequeño niño con ojos de venadito que copiaba mis movimientos con agujas en las manos. Pero luego veo al hombre en el que te has convertido y no podría estar más orgullosa —si Jungkook hubiese observado detenidamente se habría percatado del inusual brillo en sus ojos—. ¿Qué será de mí cuando Yejin sea quien te enseñe?

Aquello lo hizo reír agridulce, consciente de la broma explícita en falso reproche e incomodándole la mención de la mujer.

—Siempre buscaré tu ayuda antes que la de alguien más mamá, lo sabes —tomó su mano con cariño, la mujer le miró con amor infinito y fue hasta ese momento que el pelinegro notó la humedad entre sus gruesas pestañas.

—¿Lo prometes?

—Lo juro.

Guardaron silencio por un largo momento, perdiéndose en la oscuridad de los ojos ajenos cual espejo, regalándose aquel íntimo momento madre-hijo y dejando que el aire se perfumase con todo aquello que no dijeron.

...

Jungkook se encontró montando a Kot, su caballo de espeso y brillante pelaje negro antes de caer el atardecer. La casa de los Lee era un largo recorrido a pie y pese a que podía pagar transporte por carruaje en momentos de libre elección prefería hacer las cosas por su cuenta. Eso sin mencionar el profundo cariño que sentía por Kot, a quien vio crecer a la par de sí mismo y a quien había amado desde el primer momento.

Con el viento moviendo ambas hebras azabaches y el leve trote del animal Jungkook recuerda quererlo desde antes de su nacimiento. Cuando era niño sus abuelos maternos criaban varios animales de granja y su abuelo en específico era un apasionado por los caballos; a menudo Jungkook visitaba los establos y quedó maravillado con la noticia de que Cam, la hembra más saludable, estaba preñada.

Kot nació junto con otro pequeño potro que murió a los pocos días de nacido y el pequeño corazón infantil del pelinegro no pudo soportar la tristeza que Kot debía sentir al perder a su hermano, por lo que se ofreció como uno nuevo.

Crecieron y aprendieron juntos incluso luego de que el resto de caballos fallecieran o fueran comprados y llegado a su edad adulta Jungkook se llevó a Kot consigo, pagando para mantenerlo seguro en granjas vecinas y visitándolo para pasar el rato o sacándolo para aquel tipo de ocasiones.

Le habló al caballo sobre aquello que perturbaba su cabeza mientras lo acariciaba, con leves sonidos provenientes del animal como si le entendiese. Y si Jungkook era honesto consigo mismo él creía firmemente que el caballo le entendía, eran hermanos después de todo.

Sacudió el resto de sus inconformidades antes de hallarse frente a la amplia pero cálida casa de los Lee. Recuerda aquella construcción como su segunda casa y conoce los pasillos como a la palma de su mano, aún puede sentir la alegría al ver las ventanas verde esmeralda y el amplio portón café.

La única diferencia era que aquellos preciosos recuerdos estaban ahora manchados con tristes grises y sucios negros. Respira profundo, asegura a Kot en el establo al costado y toma valor para seguir con el guion del hombre que se supone, debe ser.

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Melodías de Altamar » KookTaeWhere stories live. Discover now