Moon XXXIII

1K 232 30
                                    

    Era hermoso, simplemente hermoso. Estaba sentada sobre una banca en en el rosal, contemplando el anillo que Ryan me había regalado. Tenía la forma de una hermosa rosa hecha de oro con un diamante en el centro. No era ostentoso, pero era simplemente bello, no podía dejar de mirarlo y pensar que él es maravilloso. Ni siquiera me había puesto a pensar en que nunca tuvimos anillos de casados, como nuestra boda había sido tan desastrosa y por contrato, lo de los anillos nunca me importó.

    —Veo que le ha gustado el regalo de mi señor —la voz de Katherina me sacó de mis pensamientos y levanté la vista hacia ella con una sonrisa.

    —Es un anillo hermoso, ¿a qué sí?

    —Lo es —asintió dejándome una rosa en la mano—. Mi señor me pidió que se la diera cuando despertara y que le pidiera disculpas por haberse ido sin despedirse.

    —Está bien, me dejó una nota —dije, tomando la rosa y la olí,  recordando su olor.

    —¿Comerá algo en el almuerzo, mi señora?

    —Si, aunque no mucho, no tengo tanta hambre —asentí y ella se marchó rápidamente.

    Miré la rosa, las cosas eran tan hermosas, me preguntaba por qué Ryan y yo no podíamos ser normales, por qué no podíamos vivir nuestro amor como un matrimonio normal. Suspiré. ¿Normal? Nada en nosostros era normal, ni siquiera nuestra boda lo fue o nuestros inicios, pero ahora le amaba, le amaba más de lo que creí que podría llegar amar a un hombre y pensar en que podría perderle me destrozaba el corazón.

    Las pixies aparecieron poco después comenzando a rondarme y a jugar con mi cabello. Me entretuve mucho con ellas antes de ir a tomar el almuerzo a la cocina junto a Katherina, se quejó mucho por ese hecho, pero la verdad no me importaba, no me gustaba comer sola y ella era la única compañía que tenía cuando no estaba Ryan. Hablamos de muchas cosas, era una mujer bastante parlanchina, lo cual me sorprendió porque nunca la había visto hablar tanto.

    —Disculpa mi indiscreción, Katherina, pero qué edad tienes —pregunté, tomando un cupcake de una bandeja que había allí.

    —Soy más vieja de lo que parezco —respondió divertida, mientras sacaba una bandeja del horno, todo el rato se la había pasado cocinando, o limpiando, o algo. No paraba nunca.

    —¿Más? —dije sorprendida y ella rió.

    —Más, sí.

    —Vaya, eso es...

    —Sorprendente —completó y me dejó sobre un plato cinco galletas con chispas de chocolate recién hechas.

    —Katherina, me harás engordar, tienes manos de ángel —Tomé una y la soplé porque aún estaba caliente. Le di un mordisco, estaba deliciosa—. ¿Cómo terminaste sirviendo a Ryan?

    —Algunas bestias estamos destinadas a eso —respondió secándose las manos y al fin se sentó junto a mí—. Todas las familias tienen sirvientes, perros fieles que acatan sus órdenes.

    —¿Y eso por qué?

    —Es nuestro castigo, todos los sirvientes de bestias han roto las reglas y comido humanos en algún punto de su vida. Por eso somos condenados a servir.

    —¿Tú también rompiste las reglas así?

    —Sí, aunque fue hace mucho —comentó con una risita, me costaba creerlo, ella era tan agradable.

    —¿Y por qué vives acá? ¿No es mejor que estés con Ryan?

    —El Señor normalmente pasa más tiempo aquí que en su casa, ahora que se casó con usted es que ha estado allá —dijo tranquilamente y tomó una dona con glaseado que también había hecho.

Moon Where stories live. Discover now