Moonlight VII

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    Llegué hasta la playa y aparqué en la arena. Me retiré mis zapatos y me senté cerca de la orilla debajo de una planta para no freirme con el sol. Aquella no era una de esas playas llenas de gente, era una muy poco habitada, seguro porque no es de las que tiene mejores lugares o vistas, pero a mí lo que más me importaba era la paz de la falta de personas por allí.
   
    Me puse mis auriculares y me quedé dormida casi todo el resto del día, para cuando volví a casa ya se había hecho de noche. No tenía hambre o ganas de volver, me hubiera gustado quedarme en esa playa por más tiempo, sin tener que enfrentar la dura realidad que me esperaba.
   
    Cuando al fin atravesé el umbral de la puerta de entrada, noté que mis hermanos mayores me esperaban. No entendía nada, pero sus rostros no decían nada bueno.
   
    —¿Sucede algo?
   
    —¿Dónde has estado todo el día? —preguntó Darío y arqueé una ceja ¿Desde cuándo me pedían explicaciones?
   
    —Que yo sepa soy mayor de edad, puedo estar en donde me plazca.
   
    —En la mansión Anderson, por ejemplo, ¿no? —cuando Connor hizo la insinuación le miré sorprendida.
   
    —¿Cómo...?
   
    —Explícanos qué rayos significa esto, Westley —exigió, mostrándome unos papeles que tenía en la mano.
   
    Me acerqué y los tomé, comencé a leerlos y de inmediato supe la razón de que estuvieran así; eran los papeles para cancelar la deuda y los del contrato prenupcial que aún no había firmado. Miré a mis tres hermanos y ellos se notaban molestos.
   
    —Puedo explicarlo.
   
    —¿Explicarlo? ¿Explicar qué, Westley? —gritó Connor exaltado, tirando los documentos a un lado—. ¿De esta forma es que piensas resolver las cosas? ¿Vendiéndote como si fueras un objeto?
   
    —¡No me estoy vendiendo!
   
    —¡Sí lo estás haciendo! —David se puso de su lado y yo le miré molesta— ¿Crees que casarte para que perdonen nuestra deuda no es venderte?
   
    Y ahí estábamos de nuevo, esa era la segunda vez que me lo decían en el día ¡Ya sabía que me estaba vendiendo, maldita sea, no hacía falta que me lo recordaran!
   
    —¡Es la única solución! ¡Tampoco es como que me apetezca! —respondí alterada. Ellos no tenían ni idea de lo difícil que era para mí toda la situación, y con sus reclamos no me ayudaban.
   
    —Si crees que dejaré que hagas esto estás equivocada, ¿escuchaste? Antes muerto que dejar que te cases con un Anderson —dijo Connor con severidad y sin dar cabida a un no, cosa a la que yo no estaba dispuesta a ceder.
   
    —¡Igual no puedes impedirlo! —le desafié sin que me importara nada, ni nadie— ¡Lo haré, está decidido! ¡Me casaré con Ryan Anderson, saldaré la deuda de nuestra familia y sacaré a papá de la cárcel!
   
    —¿Ryan Anderson? ¿Te casarás con él?
   
    —¡Sí, con él!
   
    —¿Acaso te volviste loca, Westley? —ese fue Darío— ¡Ni siquiera le conoces, nadie jamás lo ha visto y lo que dicen de él no es bueno!
   
    —Pues no me importa —sentencié como si de veras estuviera segura de mis palabras, cosa que no era así, me importaba y mucho, solo que mi familia estaba por delante de todo.
   
    —¿Que no importa? ¿Ya olvidaste que dicen que es horrible, que tiene la cara deformada y todos su cuerpo? ¡Es un monstruo, Westley!
   
    —¡No digas eso, David! ¡Está bien si está deformado o es horrible en apareciencia, pero eso no le convierte en un monstruo!
   
    No, eso no le convertía en monstruo, su forma de tratarme era lo que le hacía ver así.
   
    —Estás loca, no puedes estar en tu sano juicio.
   
    —¡Sí que lo estoy, Dave! Soy la única de aquí que está dispuesta a hacer de todo para salvar a la familia, para sacar a papá ¡Si tengo que sacrificarme por ustedes, lo haré, entiéndanlo!
   
    —Sobre mi cadáver harás eso, Westley, jamás dejaré que te cases con esa bestia —musitó Connor y me agarró del brazo bruscamente.
   
    Comenzó a arrastrarme aunque luchaba contra él con todas mis fuerzas. Eso no duró mucho, porque mis otros dos hermanos me sujetaron y entre los tres me metieron en mi habitación. Cerraron la puerta con llave.
   
    —¡Connor, abran la puerta! —grité, golpeándola con fuerza— ¡Abran, maldita sea, no pueden encerrarme!
   
    —¡Sí podemos, Westley, así que te quedarás ahí hasta que resolvamos esto! —respondió desde el otro lado.
   
    —¡Chicos, esta es la única manera! ¡Por favor, paren ya y ábranme!
   
    —Ya dijimos que no, jamás dejaremos que hagas algo como eso, antes muertos —respondió David.
   
    —Dave, por favor, es la única manera —insistí desesperada.
   
    —Lo sentimos, West, pero no podemos dejar que te hagan algo como eso.
   
    Sentí como se iban de detrás de la puerta y por más que grité que no lo hicieran, no me escucharon.
   
    —Malditos bastardos —musité molesta y fui hasta mi ventana.

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