Capítulo 36

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Capítulo 36:

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Días atrás...

Tenía más de un año trabajando en el restaurante, nunca me había molestado el ruido, las personas hablando de idioteces, los niños llorando o el caos dentro de la cocina. Sabía controlarme para trabajar lo mejor posible, pero ahora mis emociones estaban a flor de piel. Cada mínimo detalle e insignificante se me hacía irritante.

Nunca aprendí a ver la vida de colores, no sabía que era eso, sólo intentaba sobrevivir lo mejor que podía, y tal vez sobresalir un poco en el mundo. Pero ya nada valía lo suficiente, a duras penas podía mantenerme de pie.

Me llevé una mano a la estúpida corbata roja que llevaba, me la quité y la lancé en algún lugar del suelo. Me sentía mareado, de mal humor y los oídos me dolían por tantas voces hablando al unísono. Cubrí mi cara con mis manos.

Era un día feriado, y claramente el restaurante estaba muy lleno. Las personas tenían que pasar con cuidado a no empujar a las otras para llegar hasta sus mesas. Mi libreta estaba llena de garabatos y apenas podía escuchar las órdenes.

Recordé al imbécil que me dijo: ¿Estas sordo, Niño? ¡Puros incompetentes trabajan aquí!

Mi cuerpo dolía, no había comido nada en todo el día por estar en las prácticas de natación y mientras intentaba trabajar también intentaba concentrarme para los exámenes. Iba de un lado a otro llevando platos con comida o platos vacíos a lavar. No era un día fácil, tuve que trapear el piso tres veces y tolerar a una mujer anciana que no sabía si pedir la sopa de cebolla o la crema de calabaza.

Molly me detuvo cuando pasé a su lado.

¿Estas bien? Te ves muy pálido, Keelan —dijo.

Sí, estoy bien. —Asentí.

Sé que es un día de locos, ya no soporto los pies, pero tú no te ves nada bien —dijo.

Era cierto, parecía un desquiciado con el uniforme arrugado y el cabello desordenado. Gotas de sudor se deslizaban por mi frente y me las quité con el dorso de mi mano.

Miré a Molly, asegurándole que estaba más que bien, me alejé para llevar los pedidos a sus mesas. Cuando iba pasando choqué con una familia, tirando todo lo que tenía en las manos y ensuciando a una señora con pasta italiana.

¡Lo siento mucho, señora! —Me levanté del suelo al ver a la mujer. Tomé un pañuelo y se lo ofrecí—. Yo limpio este desastre y les traigo su comida enseguida. Lo siento mucho.

Descuida, muchacho —dijo, con una sonrisa amable se quitó comida de su vestido—. No fue tu culpa.

No, no, sí lo fue. Lo siento, lo siento tanto. —No sé por que razón sentía ganas de echarme a llorar.

Un corazón para Amelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora