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Jungkook recuerda a su mamá como la mujer más hermosa que había visto en su vida.

Cuando la casa olía a limpiador de piso de lavanda y la vieja radio sonaba en una estación de música jazz, ella bailaba en la cocina mientras preparaba la cena. Era una mujer bonita que vestía con faldas y blusas a juego, su labial rojo siempre siendo el protagonista. Siempre les sonreía bonito a sus tres pequeños y acariciaba sus cabellos todas las noches antes de dormir.

O al menos así fue durante un tiempo.

La última vez que escuchó su voz, Jungkook tenía trece años y acababa de despertar de una pesadilla. Asustado y aturdido, se levantó y decidió que dormir con su mamá sonaba como una buena idea. Sin embargo, cuando abrió la puerta apenas un poco, escuchó voces del pasillo.

—Prometemelo, hijo.

¿Esa era la voz de su madre? Jungkook no estaba seguro, porque la voz de esa mujer estaba teñida por llanto y su mamá nunca lloraba. Al menos no frente a ellos. Entonces quiso salir y correr a abrazarla, a decirle que todo estaría bien, pero no pudo, no lo hizo porque las palabras siguientes marcaron un después en su vida, de manera radical.

—No tengo que prometerte nada, mamá. Amo a mis hermanos más de lo que tú lo haces, evidentemente, así que, puedes irte con calma.

¿Irse? ¿Ese era SeokJin? ¿A dónde iba a irse su mamá? ¿Por qué? ¿Iba a irse porque Jungkook no lavó los platos de la cena? ¿O quisa por sus malas notas en la escuela? No, no tenía porque irse. Él iba a hacerlo mejor. Sí, eso era.

Iba a ser un buen chico esta vez.

—Lo prometo, mami, pero... Por favor. —murmuró bajito.

Y despierta.

El constante bip bip de la alarma es su primer recibimiento por la mañana; un gancho de realidad absuluto, una realidad donde Jungkook no tiene trece, sino, veintiuno; donde son las seis con diez de la mañana y es día del trabajo.

Una realidad donde su mamá se ha ido.

Un suspiro bajo sale de entre sus labios y estira la mano para apagar la alarma del móvil. Es temprano aún, pero el sueño se ha ido por completo, en su lugar, Jungkook se levanta mirando toda la habitación, esa misma que le pertenece solo a él y desde donde puede escuchar a sus hermanos riendo muy probablemente en la cocina.

Es una casa pequeña, apenas con espacio para ellos, por eso en menos de dos minutos ya está entrando también a la estancia, aún con los ojos hinchados por el sueño y el cabello revuelto por la almohada. Arrastra la silla y se sienta, mirando a SeokJin sirviéndole café y a Jimin sentado frente a él, fresco como una lechuga.

—¿Cómo puedes verte así a las seis de la mañana?

Jimin no puede evitar reír mientras se acomoda el cabello con las manos, echando la espalda hacia atrás sentándose cómodamente en la silla. —Se le llama clases a las siete, hermanito.

—Además Yoongi va a pasar por él para llevarlo a la uní, tal vez por eso hoy se puso sus pantalones ajustados
—agrega SeokJin y ambos ríen al ver a Jimin sonrojarse hasta las orejas.

Jungkook bebe su café con calma mientras sus hermanos pelean en medio de risas, él, en cambio, permanece un poco ajeno mirando algún punto fijo en la habitación, así que, sin poder reprimirlo termina hablando.

—Soñé con mamá. —alcanza a decir, en apenas un murmullo.

Ambos hermanos detienen sus risas y miran al menor, sus rostros preocupados siendo lo único que Jungkook puede ver, pero al segundo siguiente Jimin se rie ligeramente.

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