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La casa en la que ahora viviría no se parece nada a la de Londres y menos a la casa de sus padres; es de una planta y demasiado rústica para su gusto, sencilla y de aspecto escabroso. Tony esperaba que el interior de la casa fuera menos aterrador, pero al adentrarse descubrió que la casa es aun más tétrica por dentro: poco pintoresca, humilde, algo desordenada, los muebles son escasos, hay algunas telarañas en las esquinas del techo y la madera cruje a cada pisada.

Sus ojos vivaces y curiosos recorren cada rincón del lugar, tratando de familiarizarse con el sitio. Su curiosidad lo llevo a hurgar en una habitación de aire espeluznante. No hay muchas cosas, más que una especie de armario, una mesa y una cama poco acogedora en la que no se antoja acostarse y en la que hallo un curioso muñequito de trapo. Lo agarró con su diestra.

—Yo no haría eso si fuera tú—canturreó Stephen parado en el umbral del cuarto—. Alguien podría haber muerto en esa cama.

Tan pronto escucho eso, soltó el muñeco asustado.

—Será tu cuarto—añadió el alfa apartándose, dejando a un Tony atemorizado.

Le queda claro que Stephen es un desalmado que se ha empeñado en hacer de su vida un calvario.


Se instalaron en aquella casa, una sirvienta los ayudo a desempacar y acomodar sus pertenencias.

Al caer la noche, Tony, cansado, tomo asiento en una vieja silla de madera. Miraba a la nada y se echaba aire con un abanico de bambú cuando un repentino ruido asalto sus sentidos, sacándole un buen susto.

Un sujeto de estatura mediana, cabello azabache y camisa morada emergió de la oscuridad.

—Hola—saludó el recién llegado de apariencia tranquila y apacible.

—Ah, hola—correspondió el saludo evidentemente asustado.

—Lo siento, no era mi intención asustarlo—se disculpó observándolo con curiosidad e interés—. Su esposo me invitó a cenar. Bueno, la verdad no, yo me invite, espero comprenda, extrañó charlar con alguien—explicó esbozando una sonrisa tímida.

—Ahh, descuide, lo comprendo bien—mencionó aliviado al notar que el hombre es un beta y que comparte el mismo sentimiento de dialogar.

—Por cierto, mi nombre es Bruce... Bruce Banner—se presentó amable, estrechando la mano del omega—. Soy el comisionado suplente—se tomo la libertad de sentarse en una de las sillas de la sala.

—¡Ah, sí! Me comentaron de usted, ¿es el vecino, verdad?

—Sí y me temo que el único. Desde que el cólera se disparo todo mundo ha huido, naturalmente nadie quiere vivir aquí, aunque claro, hay gente que no le queda alternativa y algunos otros que tienen la valentía de quedarse, han muerto, como el doctor Ross.

—¿El misionero que vivía aquí?—preguntó pálido.

—Ujú, un buen tipo. Si quiere mañana puedo mostrarle su tumba.

—Ahh, sí... visitar tumbas es uno de mis pasatiempos favoritos—expresó sarcástico y con el semblante más descolorido.

—¿Está bien? Se ha puesto muy pálido.

—Sí, bueno... El viaje fue muy largo y pesado. El último tramo lo hicimos por tierra en una silla litera y-

—¿Por qué?—Bruce lo interrumpió realmente sorprendido—. Pudieron haber cruzado por el río y llegar aquí más rápido y sin tanto sufrimiento—comentó confundido.

—Mi esposo quería disfrutar de los paisajes—contestó Stephen que de repente apareció en la salita, ganándose las miradas de los presentes—. Y tomar el sol, ¿verdad, cariño?

Cayendo lento (IronStrange AU)Where stories live. Discover now