Al terminar el ballet su ánimo estaba por los suelos, le hubiese encantado irse a casa y meterse bajo una manta a ver películas tristes y llorar a solas comiendo chocolate. Pero Nieves decidió que había que ir a tomar algo y acabaron en un restaurante de tapas con una carta que se salía por completo del presupuesto de Vlad. Aunque no creyó que ella lo hubiese hecho con mala intención; seguramente no se daba cuenta, se notaba que era una niña que siempre había tenido quien cuidara de ella, acostumbrada a ser el centro de atención, la niña bonita que se llevaba todos los halagos. Y como tal, fue ella quien volvió a orquestar la conversación que revoloteaba con frecuencia en torno a asuntos que solo ella y Christian compartían. Aunque no se olvidaba de Vlad para nada, puede que hubiese comprendido que de alguna forma era una amistad especial para Christian y por lo mismo buscaba su complicidad.

—¿Y dónde bailas ahora?

—En ninguna parte, en mi casa... Hace mucho que no bailo, profesionalmente, quiero decir...

Lo que se le escapaba por completo era que en realidad Vlad no era un cómplice, sino su competencia.

—¿Y por qué lo dejaste?

—Esa es una historia muy larga que aún no me ha contado —añadió Christian invitándole a revelar lo que siempre callaba.

—Me metí en un lío y tuve que irme de Rusia. —Lejos de saldar la curiosidad, su comentario despertó el anhelo de saber más—. Fue cuando el gobierno aprobó la ley de propaganda LGTB, algunos de los chicos de la escuela hicimos una manifestación junto al parlamento y nos arrestaron... —Y el tono de la conversación se densificó de pronto, alejándose de la cháchara previa de Nieves y contagiándose de la apatía de Vlad—. El problema no es realmente la ley, seguramente al final como mucho te ponen una multa. Pero ya te tienen fichado... A unos amigos que vivían juntos la policía les entró en su casa una noche y les dio una paliza, es muy difícil denunciarlo, porque los que deberían protegerte son los que van a por ti y se cubren las espaldas, y nadie dice nada, ni la prensa, ni los políticos. Y eso es lo que consigue esa ley: que sea aún más difícil denunciar y pone a la gente en nuestra contra.

—Joder, y ¿no puedes volver nunca más? Quiero decir..., ¿no hay forma de arreglarlo?

—No. Si volviera a Rusia iría a la cárcel porque no me presenté a juicio, así que ahora me consideran un fugado de la justicia. Y si fuera a la cárcel, no lo sé..., puede que no saliera vivo. Ir a la cárcel en Rusia siendo gay es como una sentencia de muerte.

—Y ¿tu familia? ¿Qué piensa de todo esto? —Era ella quien preguntaba, con un interés nada fingido, porque Christian permanecía observando sin saber qué decir, escuchando aquella historia que no había acertado a imaginar.

—Mi familia me apoya..., aunque no he vuelto a verlos desde que me fui. La verdad es que he tenido mucha suerte, tengo una familia genial que siempre me ha apoyado y el ambiente en el ballet es mucho más permisivo, así que vivía bastante tranquilo y de forma muy abierta, tuve varios novios, y nunca me sentí rechazado realmente... Quizás por eso me sentía intocable, supongo, y no supe calcular las consecuencias de lo que hacía... Y era joven e idealista...

—Lo dices como si fueses muy mayor ahora...

—Eso fue hace siete años, era un crío entonces...

—Siete años sin ver a tu familia... Debes echarlos mucho de menos...

Y el ambiente se había vuelto definitivamente lúgubre, y cuando Christian propuso volver a casa, nadie puso pegas, embargados en la sutil intimidad que habían cosechado en apenas unos instantes.

Solo a un beso de tiWhere stories live. Discover now