Capítulo 3

24 1 0
                                    

Christian Peña se presentó aquella noche en la taberna con un montón de amigos. No pegaban nada con él, un grupo variado de hembras y varones de treinta y tantos con aspecto de llevar vidas mediocres y predecibles, sin una pizca del glamur que desprendía el joven modelo internacional, de quien resultaba obvio que todos intentaban acaparar la atención, como moscas sobre la mierda.

Vlad se dirigió a la mesa con su bloc de notas.

—¿Os voy poniendo algo de beber? —Y en cuanto preguntó, el modelo se giró hacia él con su sonrisa seductora.

—Hola, Vlad.

No debería haberle dicho su nombre, pensó.

—¿Qué tal, Christian? —respondió con un deje de sarcasmo antes de repetir su primera pregunta.

—¿Hace cuánto que estás por aquí? Ya te conoce hasta el camarero y a nosotros ni una llamada... —protestó uno de los comensales con una complicidad teatralizada, y todos se esforzaron en exceso en encontrar gracioso el comentario.

—Bueno es que... —se excusó Christian algo cortado— mi hotel está aquí al lado, así que me pilla de paso...

Y Vlad lo odió por completo en ese momento.

Pidieron cervezas, alguno sin alcohol, otra una clara, cuando llegó el turno de Christian.

—Para ti ¿lo de siempre? —dijo con cierta malicia.

—Por supuesto —respondió él volviendo a sonreír.

—¿Y si vamos pidiendo algo de comer? —sugirió alguien.

—¿Qué nos recomiendas, Vlad? —preguntó Christian en su juego habitual clavándole la mirada

—Los percebes son frescos, de esta mañana...

—¿Te gustan los percebes?

—No los he probado.

—¿No? Pues deberías probarlos.

—Tienen un aspecto horrible... —soltó descuidadamente, y enseguida intentó arreglarlo—, aunque hay otras cosas de aspecto horrible que no me importa meterme en la boca. —Y en cuanto terminó de decirlo fue consciente de que lo había dicho en voz alta y de que su comentario dejaba poco lugar a interpretaciones. ¿Qué coño le pasaba?, se preguntó. ¡Cada vez que se acercaba a ese hombre se convertía en una máquina descontrolada de flirteo! Por suerte nadie parecía haberse dado cuenta, excepto por Christian, que se reía divertido por el descaro de la insinuación. Vlad intentó recuperar la compostura, y carraspeó ligeramente antes de volver a preguntar con naturalidad forzada—. Entonces ¿qué os traigo?

—Para mí los percebes, definitivamente —respondió el modelo con una sonrisa insinuante, como si se tratara de una broma privada entre ellos dos.

—¿Estás seguro? ¿No prefieres unas almejas?

Christian soltó una carcajada, y el resto de la mesa fue consciente de la tensión que se estaba creando.

—Puede ser —respondió el moreno—. ¿Qué tal una de cada?

—¿Alguien más? —preguntó al resto, que parecían confundidos, y de pronto sintió una necesidad imperiosa de desaparecer—. ¿Qué tal si os voy trayendo las bebidas y así os lo pensáis?...

Y se marchó sin esperar respuesta. Por el camino pudo escuchar a sus amigos comentar.

—¡Qué borde! —dijo uno.

—¿De qué iba eso? —preguntó otro.

—Nada..., solo un chiste de otro día... —explicó el tío bueno, y Vlad volvió a odiarlo.

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora