Capítulo 6

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Vlad aprovechó su mañana libre para ir a Vigo en autobús, no se fiaba de enviar currículos por correo; en realidad procuraba no dejar información por escrito en ninguna parte, lo que hacía muy complicado buscar trabajo. Pero el director de la escuela de danza con el que habló por teléfono había accedido a reunirse con él en persona, y esa era una oportunidad que sabía que no podía desaprovechar.

Se sentía un poco mal por albergar la esperanza de poder dejar su trabajo en la taberna. Meses atrás, cuando no conseguía trabajo y estaba desesperado imaginándose ya muriendo en alguna esquina de la ciudad como un perro abandonado, Rut le había dado una oportunidad. Le había salvado la vida en aquel momento y le estaría por siempre agradecido. Curiosamente fue el ballet lo que le consiguió un trabajo. Tras un mes de búsqueda frustrada en Vigo, comenzó a probar en las ciudades de la provincia, donde fuese que hubiese un trabajo disponible. Invierno no era una buena época para buscar trabajo en hostelería y su precaria situación de entonces no ayudaba; que se negara a dejar sus datos o su número de teléfono resultaba sospechoso. El desenlace siempre se repetía, bien porque era extranjero, o porque era gay, o porque no tenía ninguna experiencia, o porque lo miraban como si perteneciera a la mafia rusa, la respuesta siempre era un no.

Hasta que entró en la taberna Os pazos, en esa pequeña ciudad de provincia junto al río a la que había llegado sin proponérselo. Vio el cartel y entró a preguntar sin muchas esperanzas. «Y ¿a qué te dedicabas en Rusia?», quiso saber ella. Por un momento pensó en inventarse una historia mejor, alguna que incluyera trabajar en un restaurante familiar o algo por el estilo, con el fin de idear una experiencia que no tenía en realidad. Pero a Vlad nunca se le dio bien mentir, o tal vez fuese solo porque estaba convencido de que no lo contratarían de todas formas. «Estudiaba en el Bolshoi...».

«¿En el ballet?», preguntó ella con admiración. Y entonces la conversación se desvió por un camino alternativo, y ella le contó que de pequeña estudiaba danza en el conservatorio y que había ido a ver al Bolshoi una vez a Barcelona, y que había sido emocionante, uno de los recuerdos más impactantes de su niñez, y que quedó fascinada con esas bailarinas esbeltas y elegantes, de cuellos eternos, que hacían piruetas sobre las frágiles puntas de sus zapatillas, con esos tutús brillantes y sofisticados. Sí, Vlad también se había quedado muchas veces embelesado mirando a las bailarinas del Bolshoi, arrogantes y delicadas, pero hermosas. Y contando batallitas de sus años de estudiante consiguió un trabajo de camarero, aunque no tenía ninguna experiencia, y era ruso, y ni siquiera sabía pronunciar los platos de la cocina gallega. Toda su vida se trasladó a aquel pueblo pesquero, y, mayormente, estaba agradecido de tener una vida tranquila allí, pero en ocasiones lo atormentaba en exceso lo que podría haber sido...

—¿Tienes acreditación para esto? —preguntó el gerente de la escuela de danza.

—No, la he solicitado varias veces, pero no me contestan. Es... la burocracia rusa...

—Y trabajaste en un gimnasio. ¿Dabas clases de danza? —Seguía observando con detenimiento el currículo que Vlad había llevado en mano, y en el que faltaban los datos que lo pudiesen identificar.

—Un poco de todo, pero sí, también llevaba algún grupo, con niños...

—¿Tienes alguna carta de referencia?

—No, no tengo nada por escrito.

—¿Podrías conseguir una?...

—Bueno, es que... no acabé muy bien allí, no sé si...

Y bastó eso para que el gerente lo mirara con desconfianza.

—La verdad, nos encantaría contar con un profesor del Bolshoi, pero necesitamos confirmar la información... Si consigues la documentación pásate a vernos...

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora