Capítulo 11

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Christian, Teos, Jochen y Marius permanecían inmóviles observando con mirada estudiosa el tejado de la casa. Los rostros de los polacos cargados de algún tipo de dramatismo que Christian no acababa de comprender. Tenían una forma sincrónica de pesimismo compartido. En cuanto veían un problema podían pasarse al menos un par de horas repitiendo con gesto apesadumbrado «esto no es cosa buena..., nada bueno» mientras el dueño de la casa aguardaba con paciencia la solución, convencido de que, fuese lo que fuese, alguna solución tendría. El tío de los polacos, Teos, acababa de descubrir que el tejado se hundía ligeramente en la parte central, y, desde el descubrimiento, los cuatro permanecían observándolo con parsimonia, como si esperaran que cayera definitivamente en cualquier momento. Los cuatro de pie enfilados delante de la casa mirando con gesto preocupado al cielo componían un cuadro algo cómico. El tío hablaba con sus sobrinos en polaco, y los hermanos traducían interrumpiéndose el uno al otro, sin que sus discursos superpuestos llegaran jamás a una conclusión. Tal vez era su forma de justificar que la reforma iba a costar mucho más de lo que habían previsto en un principio.

—Eso son vigas... —decía Marius.

—Las vigas de tejado son de madera —completaba Jochen.

—Teos dice vigas están podridas.

—Mojados...

—Podridas, muy malo... Tejado todo entero puede caer...

—Entonces —Christian intentaba conducirlos a la solución— ¿hay que cambiar las vigas?...

Y enseguida los gestos de preocupación asaltaban los rostros compungidos de los hermanos.

—Cambiar vigas... Eso es complicado...

Y así llevaban dando vueltas un buen rato sobre lo mismo. En ocasiones se preguntaba si los polacos le estaban tomando el pelo. El caso es que le caían bien. Aunque a su ritmo, trabajaban sin parar y sin quejarse, lo que le parecía aún más importante, y, a pesar de su dramatismo constante, avanzaban con rapidez en la casa. Habían terminado el dormitorio y el baño, tal y como se había propuesto Christian, y desde hacía unos días había podido mudarse a la casa. Seguía sin cocina, pero eso resultaba fácil de solucionar con pedidos de comida a domicilio. Electricidad sí tenía, lo que le permitía usar el ordenador y tener una pequeña estufa eléctrica que calentaba el dormitorio, que era bastante más amplio que la habitación de hotel en la que se había estado alojando. Le caían bien sobre todo porque, aunque pudieran sobreactuar su preocupación por los problemas de la reforma, seguían teniendo esa predisposición a las resoluciones clandestinas propias de quien está acostumbrado a vivir en el margen de la legalidad, lo que incluía que no les importaba enseñarle al dueño de la casa a hacer cosas que no había hecho en su vida y dejarlo haciéndolas con absoluta confianza, y que estaban dispuestos a buscar soluciones creativas a cualquier problema con el que se encontraban, lo que hacía que la reforma resultara mucho más divertida, alejada de los absurdos de las pequeñas burocracias tan propias de los españoles.

—Teos dice, hay que contratar grúa...

—¿Una grúa? —se sorprendió el modelo.

—Hay que quitar tejado...

—Todo entero tejado

—Poner vigas... Luego construir tejado otra vez...

—¿Hacerlo todo nuevo?

Y discutían una vez más entre ellos en polaco dejando a Christian al margen antes de retornar a él para darle el veredicto.

—Todo nuevo no —llegaba al fin la información—. Nosotros quitar tejas y usar de nuevo...

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora