Capítulo 4

19 1 0
                                    

El domingo era un día de mucho movimiento en la taberna. Desde que abrían a mediodía, entre el aperitivo, las comidas, el tapeo a media tarde y la cena, no paraban. Vlad no había tenido tiempo para ponerse a pensar en el encuentro sexual con el tío bueno. Además, estaba cansado. Al llegar a casa había caído rendido en la cama, pero se había vuelto a despertar sobre las seis de la mañana y se había pasado horas dando vueltas entre las sábanas, arrepintiéndose del polvo, de sí mismo, de su vida entera, sin conseguir dormirse de nuevo. Por fortuna, los domingos cerraban más temprano y tal vez consiguiera dormir un poco antes del lunes, que era su día libre. Puede que fuese por su agotamiento que la avispada Iratxe no había sido capaz de adivinar nada de lo ocurrido la noche anterior, de lo contrario habría tenido que aguantar sus bromitas e insinuaciones adolescentes el día entero.

—¡Odio los días de partido! —anunció su compañera dejando sobre la barra la bandeja metálica llena de vasos, jarras y botellas vacías.

Iratxe le caía bien, con su melena alocada de rastas, su look bohemio rural, sus rasgos exagerados, labios, ojos, todo grande como su descaro y su corazón. Ella le había enseñado cuanto necesitaba saber al comenzar a trabajar en la taberna Os Pazos hacía ya ocho meses.

El dueño de la taberna era un gallego semirretirado con aspecto de vikingo que había sido jugador profesional de petanca y que cuando rondaba la tasca era más para bromear con sus amigotes e invitarlos a cañas que por trabajar —especialmente los días de partido, que se convertían en una fiesta local, más aún si jugaba el Celta de Vigo— y al que le gustaba dejar claro que ahí mandaba él, repitiendo instrucciones que ya conocían o pidiéndoles algún favorcillo que no entraba dentro de sus obligaciones. No lo hacía de forma autoritaria, al contrario, era bastante afable y jovial; aun así, era difícil relajarse cuando el jefe estaba acechando. La taberna funcionaba mejor cuando la encargada era Rut, su hija de cuarenta y algo, que era organizada y perfeccionista, pero que también les permitía trabajar a su ritmo, lo que hacía más agradable la jornada laboral. Sobre todo, porque era la primera a la que le gustaba un buen chisme, y siempre se ponía de parte de su equipo si algún cliente se pasaba de listo. También Rut se había percatado de la insistente presencia del apuesto modelo de ropa interior, aunque, a diferencia de a Iratxe, se le escapaba cuál era el verdadero motivo de su perseverancia.

Cuando al fin se presentó aquella noche, cerca de la hora de cierre, a Vlad el estómago le hizo una pirueta complicada y estuvo a punto de dejar caer la bandeja al suelo. Aunque la taberna estaba llena por el partido, la mayoría de la gente se arremolinaba en torno a la pantalla plana de sesenta pulgadas junto a la barra, así que Christian no tuvo problemas para sentarse en alguna de las mesas que sabía que atendía el ruso.

—Iratxe, atiende hoy mi mesa, por favor, por favor, por favor...

Las súplicas de su compañero alertaron a la joven.

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado?...

—Nada —mintió él—, solo te pido que le atiendas tú esta noche...

—¡Te has enrollado con él! ¡Confiesa!

—No... exactamente...

La chica lo estaba disfrutando, y justo en ese momento se les unió la jefa.

—Ahí está míster Calvin Klein, empezaba a pensar que no vendría esta noche...

—Olvídalo, camina por la otra acera... —siguió Iratxe— y adivina quién se ha enrollado con él... —Lo que provocó un gesto de admiración de su empleadora.

—No lo he hecho... —protestó el ruso.

—Y ¿a qué esperas? —preguntó divertida su jefa—. Ve a atenderlo.

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora