Capítulo 8

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Durante las siguientes semanas, Christian intentó mantenerse alejado de la taberna y del melancólico chico de ojos verdes que se resistía a abrirle una puerta. Aquello había sido tan intenso e incongruente que lo había dejado agotado. Sería bueno alejarse un poco, así que se concentró en las obras de su nueva casa. Lucas, su hermano, estaba sumido en la presentación de una nueva colección de moda con su marido, el diseñador Ricardo Yuste, Richi para los amigos, que dirigía la prestigiosa firma de moda Tony Valenty. Desde que Lucas, que era arquitecto, consiguiera resolver los problemas de las estructuras de los diseños del modista, trabajaban juntos; y esa colaboración entre arquitectura y moda estaba revolucionando las pasarelas de la moda internacional. No podía escaparse para ver la casa, pero había estado trabajando sobre el plano aportando algunas ideas interesantes, y esperaba poder hacerle una visita en cuanto acabaran con la semana de la moda en París.

Su primer objetivo era acondicionar una parte de la casa que le permitiera mudarse y poder dejar el hotel. Con ayuda de Patricia había contratado a dos hermanos polacos que solían trabajar en la construcción. El paquete incluía al tío de los dos polacos, un hombre mayor de pelo blanco que canturreaba el día entero y que no hablaba ni una palabra de español, pero que, al parecer, se entendía bien con la electricidad y la fontanería. Patricia le había insistido en que lo que necesitaba era un jefe de obra, incluso un arquitecto, pero se le había metido en la cabeza que quería hacer la reforma él mismo. Estaba bien tener algo de ayuda, pero quería estar ahí, tomando decisiones, ensuciándose las manos, picando piedra, mezclando cemento o lo que hiciera falta. No quería encargárselo a alguien, aunque fuese más fiable. Los hermanos polacos no habían puesto pegas, y con su español a medias solían explicarle entre los dos cómo se hacían las cosas, sin mucha preocupación, seguramente porque les importaba una mierda si aquello salía bien o mal mientras Christian les pagara al final de la semana.

Empezaron tirando algunas paredes con martillos de plomo y picos, compró herramientas y alquiló una pequeña mezcladora de cemento. Tras una semana de romper cosas, comenzaron a colocar cables, aislamientos y a planificar cómo quedaría cada parte de la casa. Estaban justamente haciendo acabados en lo que sería la cocina, cuando una voz familiar se escuchó en la habitación contigua de la casa:

—¿Hola? ¿Hay alguien? —Christian asomó desde el agujero que sería su cocina y vio a Nieves, toda alta, con su melena corta de un rubio cenizo, con unos vaqueros ajustados, camiseta blanca y tacones plantada entre escombros con un termo de café entre las manos—. Ahí estás... —dijo ella con su voz grave—. Estás hecho un asco. —Y él tuvo que reírse...—. ¿Un café?

Se sentaron juntos en el murete de la entrada, el café se agradecía, y la compañía también.

—Así que vas a mudarte a la casa de tus abuelos.

Nieves conocía bien aquella finca. Habían jugado allí juntos cientos de veces cuando eran pequeños, al escondite, a guerras de agua; habían ido a rescatar renacuajos de los charcos y a hacer granjas de caracoles en cajas de zapatos. Más tarde, en la preadolescencia, ella era la chica por la que todos suspiraban en clase, aunque les sacara un palmo de altura al resto de los chicos. Excepto a Christian, por lo que todos asumían que estaba destinado a ser el elegido algún día; y quizás lo hubiera sido, de no haberse marchado.

—Aún no lo tengo claro. Solo... me daba pena verla abandonada.

—Ya, esta parte del pueblo ha quedado muy triste. Ahora todo el mundo quiere vivir en urbanizaciones al lado de un centro comercial...

Se habían visto unas cuantas veces desde que Christian había vuelto. Estaba divorciada y tenía dos hijos, un niño de nueve años y una adolescente que pasaba la mayor parte de su tiempo quedando con sus amigos o chateando por las redes. Una actitud indiferente que Nieves soportaba resignada con un «¡adolescentes!» que lo decía todo. Era divertida, y guapa, y estaba disponible... Lo único que no le entusiasmaba de ella era que todo le parecía mal y que no dejaba de hablar de su exmarido.

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora