Capítulo 12

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A mediados de otoño las reformas de la casa estaban estancadas. Llevaba días mirando el tema de las vigas para el tejado, y aquello era bastante más complicado y caro de lo que los polacos habían dado a entender. Empezaba a comprender que tendría que rendirse y contratar a una constructora para que se ocupara de las partes estructurales de la casa. Aquello no podía arreglarse solo con una manita de pintura y un poco de yeso, y si no se hacía adecuadamente, la casa se vendría abajo. Finalmente debía darle la razón a todos los que se lo habían repetido con insistencia y ceder ante la evidencia de que esto no podía hacerlo solo.

Justo cuando empezaba a comprender que debía darse por vencido, se encontró una tarde con los hermanos polacos discutiendo amigablemente con su padre.

—No habías dicho que tu padre tiene grúa. —Las manos de Marius se abrieron en un gesto parecido al que haría un mago al finalizar un gran truco—. Podemos poner vigas. —Y en su tono había algo de incredulidad ante el hecho de que no hubiesen solucionado ese tema antes. Aunque Christian no lo tenía tan claro.

—Puedo traerte una grúa mañana mismo; con un par de hombres más, en un par de días podemos tener esto arreglado.

Una vez más el gesto de alegría de Marius parecía querer decirle: «¡Tachán!», y el asunto que los traía de cabeza desde hacía una semana se arreglaba de forma milagrosa.

—¿Me dejáis hablar con mi padre un momento? —Los hermanos se alejaron rumbo a la casa sin hacer preguntas—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Perdona, fillo, solo pasaba por aquí para saludar, por si se podía, y pues me encontré con los chicos, me empezaron a contar...

Siguió dando explicaciones, y Christian se quedó preguntándose por qué insistía en llamarlo «hijo» de esa forma. ¿Era porque quería recalcar que, a pesar de todo, seguía siendo su padre? ¿O porque el nombre de Christian se le había quedado en el pasado, en el rostro de un crío, y no sabía cómo llamar al hombre que tenía delante?

—No te he pedido que vengas a ayudarme, tengo esto controlado, no necesito tu grúa ni a tus hombres.

—Lo sé. No pretendía inmiscuirme... —Y el hombre que era su padre parecía perdido teniendo que recurrir a explicaciones emocionales en las que seguramente no se encontraba cómodo. Le resultaba más fácil, sin duda, hablar de vigas y tejados—. Deja que al menos haga esto por ti, hijo. Y después, si no quieres, no te molesto mais.

Y aquel ruego introducía un elemento que le daba un giro a todo ese asunto. No era su padre haciéndole un favor, sino al contrario, sería él quien le estaría haciendo un favor dejándole participar en su pequeño proyecto. Aún se quedó un rato meditando si quería abrir esa puerta. Era una solución fácil a un problema inmediato, pero sabía que, si le dejaba entrar, tal vez fuese más difícil después volver a cerrar esa puerta.

—Vale, está bien —accedió—. Hagámoslo.

Y tras decirlo se alejó de la casa, no quería darle la satisfacción de un momento de complicidad compartida. Pensó que eran suficientemente adultos para mantener la situación en un plano profesional, pero sin duda quería dejar claro que era él quien controlaba hasta dónde estaba dispuesto a dejarle entrar.


Con el objetivo de evitar pasar tiempo con su padre, los siguientes días se dedicó a quedar con sus antiguos amigos de escuela. Se fiaba de los polacos y, por qué no decirlo, también se fiaba de su padre como constructor. Realmente no había nada que él pudiese aportar para el arreglo del tejado, y si su padre había imaginado algún tipo de camaradería compartida por colarse en su reforma, no pensaba darle esa satisfacción.

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora