—¿Eso se puede hacer? Si es más seguro cambiarlo, prefiero hacerlo de una vez... El dinero no es problema...

Entonces Marius tradujo, y el tío Teos dijo algo que los hizo reír a los tres. Y el portavoz, Marius, no tardó en dirigirse a él con una explicación.

—Teos dice, dinero siempre problema..., dinero y mujeres, siempre problema. —Y volvían a reír juntos, esta vez también con Christian.

—Entonces ¿lo hacemos?

—Sí, hacemos tejado... —La resolución era ahora unánime, y ya podían dejar el momento de reflexión y volver al trabajo.

Eso hicieron los tres polacos justo en el instante en el que Christian se encontró con una visita inesperada. Su estómago se puso a dar saltitos de alegría que el resto de su cuerpo se esforzó en ignorar cuando sus ojos se toparon con la preciosa cara del chico ruso a la entrada del jardín de su casa.

—Traigo tu comida —anunció él con su delicioso acento eslavo. Y Christian se acercó por el camino hacia la cancela simulando un gesto de resignación.

Ahora que no vivía en el hotel, había dejado de ir a la taberna, pero la comida le gustaba, así que solía encargar su almuerzo o su cena y pasaba en algún momento a recoger las bolsas de papel con sus platos de aluminio organizados dentro, y procuraba hacerlo evitando cruzarse con Vlad. La taberna no hacía entregas a domicilio, por lo que la visita del joven con su comida era claramente intencionada, y ese detalle estaba provocando todo tipo de reacciones orgánicas en su cuerpo... y quería disfrutarlo un poco.

—¿Cómo has sabido dónde vivía? —dijo con cierto regodeo.

—Mi jefa, Rut, se entera de todo...

—No hacía falta que te molestaras, iba a pasar por ahí —añadió cogiendo la bolsa con el almuerzo. Sí, definitivamente lo estaba disfrutando, porque era cosa de Vlad justificar por qué había caminado más de quince kilómetros para traerle aquella bolsa hasta su puerta.

—Ya, bueno, quería... disculparme... —Se notaba que le costaba arrancar, su rostro era una madeja de gestos. No se lo pensaba poner fácil, así que se limitó a levantar las cejas y a dejarle hablar—. No me he comportado bien contigo... No quiero que pienses que estoy loco o que... me he enfadado... No es culpa tuya..., soy yo, lo sé...

Al fin, no pudo evitar dejar escapar una pequeña sonrisa de triunfo. Sí, Vlad se había portado como un capullo, pero ahí estaba en su puerta hecho un manojo de tics nerviosos disculpándose. Y, la verdad, se estaba poniendo cachondo. Aunque había intentado alejarse del bailarín ruso, el mero recuerdo de sus intensos encuentros sexuales era suficiente para ponerlo duro como una roca. Llevaba semanas masturbándose con las imágenes del último polvo que habían echado en su sótano, y ahora que lo tenía delante le costaba concentrarse en lo que tuviese que decir. Ya lo había perdonado en cuanto lo vio en su puerta, pero le divertía dejarlo sufrir un poco.

—El caso es que... no hace mucho terminé una relación muy larga y que... no acabó muy bien que digamos, y... supongo que eso me hace reaccionar como un loco..., a veces, o casi todo el tiempo...

Ahora Christian sonrió sin reservas.

—Vale, disculpas aceptadas. ¿Quieres pasar a ver la casa? —Y Vlad volvió a convertirse en un nudo de gestos.

—No lo sé..., quizás es mejor que me vaya...

—No es una cita, ni siquiera estoy solo en la casa... Ya que has venido hasta aquí...

—Claro, sí..., perdona. —Y al fin sonrió él también, mordiéndose ligeramente el labio inferior, con esos colmillos torcidos, en un gesto descuidadamente provocativo.

Solo a un beso de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora