𝕏𝕏𝕀𝕀𝕀

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Parpadeó, y tuvo que apoyarse en un poste que se hallaba cerca de él, para no caer al suelo.

Ian miró a su alrededor.

Las estrellas titilaban en el cielo nocturno, revelando un paisaje despejado en su mayoría.

Estaba devuelta.

Se mordió el labio, y dio un paso al frente.

Su mundo dio vueltas por un momento, pero no se detuvo.

Sentía su estómago revuelto.

Caminó en dirección a su casa, con un sentimiento de incertidumbre dentro de su pecho.

¿Su familia lo estaría esperando, cierto? ¿Qué les diría a sus padres? ¿Qué explicación tendría por su desaparición?

Estaba nervioso. Por supuesto que lo estaba. ¿Cómo podría no estarlo?

Se detuvo frente a las puertas de cristal del edificio, y tomó un respiro profundo.

Había visto carteles de "SE BUSCA" con su rostro en ellos mientras trataba de no vomitar en el asfalto de camino al apartamento.

El vestíbulo se encontraba vacío, por lo que se dirigió directamente al ascensor.

Al cerrarse las puertas, observó su pálido rostro reflejado en el espejo.

Jesús. Se veía como si hubiera subido a una montaña rusa.

Sin duda viajar a través de un portal se sentía así.

Cuando estuvo frente a su puerta, se puso a pensar seriamente en lo que haría, tanto si sus padres se encontraban ahí, como si no.

Tocó el timbre, pues había perdido sus llaves, y esperó con paciencia. Si no había nadie en casa, se las pediría al casero.

La puerta se abrió, sobresaltándolo, revelando a un Phil con grandes ojeras y rostro cansado, quien se congeló al verlo.

—Hola—Ian sonrió, nervioso.

Phil se mantuvo quieto por un par de segundos más, antes de agarrarlo del brazo, y estrecharlo contra sí.

—Pero ¿qué...? No, no, primero pasa—la arrastró adentro de la casa, y cerró la puerta.

—¡Ian! —sintió a sus padres abrazarlo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas, y se permitió disfrutar ese momento.

Su madre se separó primero, y peinó su cabello con sus dedos, observando su rostro. La corona de flores de Bastian había caído al suelo por el alboroto.

—Oh, Dios. Estás bien—Ilana volvió a abrazarlo.

Las preguntas de sus padres lo abrumaron un poco, pero se mantuvo callado, hasta que Phil les sugirió que lo mejor era dejarlo respirar en lo que les avisaba a sus compañeros.

Con las cosas un poco más calmadas, recogió la corona de flores, y respiró profundo.

—Ian, ¿qué fue lo que ocurrió? ¿Dónde haz estado todo este tiempo? —preguntó su madre, preocupada.

Phil, quien momentos antes se había retirado a la cocina, le pasó una taza de té, y se sentó junto a sus padres, para mirarlo atentamente.

—Yo no...—se quedó sin voz.

De repente no sabía qué podía decir para no meterse en problemas.

—Phil nos contó de este muchacho, Bastian—habló su padre, con voz serena—. Nunca nos hablaste de él.

—Mi amor, ¿ese chico tuvo algo que ver con tu desaparición? ¿Él te hizo algo?

—¿Dónde siquiera está ese bicho? —preguntó Phil, malhumorado.

Ian se quedó en silencio por un momento, y luego sacudió su cabeza.

—Bastian no tuvo nada que ver. Él...—se rascó la cabeza—. No les hablé de él porque sabía que se iban a preocupar.

—Por supuesto que nos preocuparíamos. ¿Cómo dejas que un desconocido se quede en tu casa, Ian? Y con una historia tan disparatada como esa, ¿no pensaste que podría ser un mentiroso patológico sin tratamiento, tal vez? O alguien mucho más peligroso—Ian se quedó sin palabras ante la mirada que le otorgaban sus padres.

Miró a Phil, en busca de ayuda, y este solo suspiró.

—Es mejor no aturdir a Ian con tantas preguntas. Dejemos que se explique así mismo. No lo presionemos—el joven articuló un gracias, y Phil solo asintió.

—Bueno... Cuando conocí a Bastian, no parecía mala persona, e incluso Phil llegó a conocerlo muy bien. Él les puede confirmar que no es una mala persona, Bastian es...es un chico muy amable, de verdad—sus padres miraron a Phil, esperando por lo que él tenía que decir.

—¿Qué?

—Vamos, Phil. Diles—le pidió Ian, casi rogándole.

—Bueno, bueno. Ese muchacho no era malo, tiene razón, e incluso le hicimos varias pruebas para determinar si era un peligro para la sociedad y no lo era, tampoco tenía ninguna clase de enfermedad mental. Y...—hizo una mueca, como si le costara decirlo—. Siempre trató muy bien a Ian.

—¿Lo ven? —sonrió, cuando sus padres volvieron a mirarlo, todavía insatisfechos por la pobre explicación que les había brindado. Ian carraspeó, incómodo—. La noche que ocurrieron todos esos ataques, Bastian me llevó a un lugar seguro. Resulté herido, pero no fue nada grave—mintió—. Conocí a la familia de Bastian y todo. Ellos me ayudaron con las heridas que tenía y a volver aquí.

—Pero ¿dónde está él? —preguntó Phil, extrañado—. ¿Por qué volviste solo? Encontramos sus cosas cerca de donde ocurrieron los ataques. No lo sé, debería ser lo suficientemente decente como para presentar sus disculpas por preocuparnos tanto.

—¿Y no pudiste llamarnos, al menos? Estuvimos muy preocupados.

—Bastian vive muy lejos, por eso no pude llamarlos. Él...tuvo que quedarse con su familia por asuntos personales. Volverá cuando sea el momento adecuado y presentará sus disculpas.

Su familia lo miró con desconfianza, pero no lo presionaron más.

—Debes estar cansado, ¿cierto? —su madre se levantó, y lo ayudó a levantarse, también—. Será mejor si te das una ducha. ¿Tienes hambre? Misha había ido a buscarnos algo de comida.

—¿Mikhail está aquí?

—Por supuesto que está aquí. Eres como su hijo. Estaba igual de preocupado que todos nosotros—llegaron a su habitación—. Tómate tu tiempo.

Ian entró a la habitación, y se sentó en la cama.

Observó fijamente el collar que la madre de Bastian le había regalado, y no pudo evitar rogar a Dios porque todo saliera bien.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα