𝕏𝕏𝕀

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—¿Pasa algo? —preguntó Ian, algo extrañado ante el comportamiento del príncipe.

Desde había despertado, había supuesto que algo más pasaba.

Esa reunión con el padre de Bastian le hacía deducir que había algo que no le habían dicho, y tenía el horrible presentimiento de que no sería nada agradable.

Confirmó sus sospechas ante el suspiro de Bastian, que dirigió su mirada hacia sus manos.

—Antes que despertaras, Adrian y yo tuvimos una reunión con el Rey.

A Ian no le gustaba por dónde estaba yendo esa introducción.

—Mi padre quiere que tome el poder de la corona—le dijo, sin más.

Ian se quedó en silencio por un segundo.

—¿Cómo?

—Sí—asintió—. Ahora que tengo magia, y una muy poderosa, él quiere que tome mi posición como heredero legítimo al trono de Dria.

—Oh...—Ian sentía su garganta seca—. ¿Y qué harás?

—No lo sé—admitió—. Yo no sé cómo liderar, Ian. No crecí con los conocimientos necesarios para gobernar, y tampoco sé cómo lidiar con los negocios de Reino. No soy bueno ni para decidir qué voy a usar al día siguiente y voy a estar tomando decisiones del Reino —dijo esto último, un poco molesto, como un niño haciendo un berrinche. A Ian le hubiera dado gracia, si no fuera por la situación en que se encontraban.

—Pero estoy seguro de que serías un Rey grandioso—dijo, tratando de sonar seguro, pero temía que su voz flaqueara—, no tienes por qué hacer todo solo—Bastian apretó la mandíbula.

—La cosa es... si acepto ser el heredero, no podré estar más contigo.

—¿Qué? —le asaltó el pánico al escuchar sus palabras.

—No eres un habitante de Dria, Ian—por supuesto. Era más que obvio. ¿Cómo no lo había visto? —. Mi padre no dejará que te quedes, porque su consejero le dirá que no puedes estar aquí... y tampoco puedes hacerlo. Tienes una vida en Londrard y tu propia familia, no permitiré que dejes todo eso atrás solo por mí—Bastian miró hacia otro lado, parecía furioso y decidido—. Pero no quiero dejarte ir y hacer como si nunca hubieras estado en mi vida. No puedo hacerlo.

Bastian le devolvió una mirada herida e insegura. Parecía un pequeño niño sin protección. A Ian le rompía el corazón ver aquella expresión en su rostro.

Con los labios temblando por las lágrimas que amenazaban con salir, se inclinó hacia la mano de Bastian, cuando este acunó su mejilla.

—Jamás en mi vida me permití amar a nadie tanto como he llegado a amarte, Ian. No quiero dejarte ir, y yo sé... sé que es egoísta de mi parte pensar de esta manera. Mi deber es con mi pueblo, nací para servirles, pero yo... —su voz se apagó, y un segundo después, lo había estrechado entre sus brazos—. Sé que la situación no es la ideal. Sé que todo suena horrible, pero lo solucionaré.

Ian se separó de él con lentitud, y observó sus ojos. Aunque Bastian no lloraba, sus ojos azules mostraban lo desesperado y asustado que se encontraba. Aquel color tan bello que había visto más temprano se había desvanecido, dando paso a un color azul oscuro y apagado.

—¿Y qué planeas hacer? —logró preguntar Ian, aguantando las lágrimas. Aparentando ser fuerte. Por él, y por Bastian.

Ian sabía que, si lloraba, a Bastian se le rompería el corazón aún más y podría llegar a hacer una locura. No podía permitir que eso ocurriera.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora