𝕀𝕏

691 99 31
                                    

El mundo de Ian era tan diferente al suyo, que no le sorprendía que las personas creyeran que todo con lo que él convivía diariamente eran cosa de cuentos.

—Entonces—Ian carraspeó, mostrándole un mapa en la pantalla del televisor—. No soy bueno en geografía, así que solo puedo decirte que estos—señaló una esquina de la pantalla—, son los continentes del sur. Los que te hablé la otra vez. Nosotros nos encontramos acá—señaló el otro extremo de la pantalla—, en uno de los continentes del norte. Específicamente aquí—agrandó el mapa, para mostrar un país—. Este es Valask. Y aquí está Londrard, la capital de Valask—señaló la ciudad—. Mi pueblo natal, Santa Margarita, queda aquí—trazó una flecha hacia otro territorio—. Queda a seis horas de Londrard.

—¿Seis horas? —preguntó, impresionado, a lo que Ian solo se rio.

El joven resultó ser alguien muy paciente y optimista. Nunca lo había visto exasperado al momento de hacer esa clase de preguntas, y Bastian lo agradecía desde lo más profundo de su corazón.

A medida que pasaba su tiempo con Ian, acostumbrándose a aquel lugar, no podía evitar hacer una lista de las cosas que podrían mejorar la calidad de vida en Dria.

Hubo algo en particular que se quedó en su cabeza.

Había conocido la universidad de Ian a días de su llegada a Valask, y mientras más comprendía su estructura y en qué se basaba, se daba cuenta de cuánto afectaba la falta de ese tipo de establecimientos educativos al desarrollo de Dria.

En su Reino existían las torres de nigromantes y hechiceros, pero nunca había escuchado o leído de un centro de estudio como las escuelas y universidades de las que le había hablado y mostrado.

—Me parece una tontería que los niños no reciban clases—le había dicho Ian—. ¿Cómo se forman los médicos o ingenieros?

—Muchos llevan la profesión por sus padres—se encogió de hombros—. Pero tienes razón, debería haber al menos instituciones de enseñanza como las de aquí, estoy seguro que así podríamos aprovechar mejor las habilidades de los jóvenes.

—Si quieres te ayudo a crear un plan—dijo Ian, bebiendo de su taza con café—. Ya que soy el experto en escuelas y esas cosas.

—Te lo agradecería mucho. No sé muy bien cómo hacer esto—Ian sonrió.

—Déjame terminar de hacer mi ensayo, y te ayudo.

El joven príncipe se había sentido cautivado por la emoción continua en la voz de Ian. Lo adoraba. El joven era tan confiable, y el amor que ponía en todo lo que hacía, hicieron que Bastian se hubiera enamorado perdidamente de él. Sin embargo, no estaba seguro sobre arriesgarse a dar otro paso en su relación.

Sus días se habían resumido en ordenar los documentos o carpetas que Phil le daba en la estación de policía, más las pruebas que le hacían diariamente con un médico para estar seguros que no era un peligro para la sociedad, sin duda alguna sus momentos favoritos eran cuando se libraba de todo ello para estar con Ian.

Había conocido a muchas personas dentro de la estación, y parecía que después de determinar que no tenía alguna clase de enfermedad mental, se había comenzado a llevar bien con ellos, hasta con el propio Phil, que por lo general cargaba un rostro ceñudo y palabras mordaces en la punta de la lengua, pero era un buen hombre...cuando no le estaba gritando por beberse su café, entre otras cosas.

En sus tiempos libres, dejaba que su mente divagara, y comenzaba a pensar en su hogar y su familia. Su corazón se sentía pesado cuando lo hacía, y le preocupaba que algo hubiera cambiado dentro de él.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaWhere stories live. Discover now