𝕏𝕀

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Ian levantó la mirada de su cuaderno, y observó a Bastian.

Si no fuera porque el rostro de Bastian se encontraba totalmente serio, a Ian le hubiera dado gracia verlo entrenar con un palo de escoba simulando ser una espada.

Él no sabía absolutamente nada sobre la esgrima o esas cosas, pero podía decir que Bastian había entrenado mucho para que cada uno de sus movimientos fueran limpios y perfectos.

Ian se preguntaba si Bastian añoraba entrenar con su espada. El príncipe no se lo había mencionado en ningún momento, ya que Phil había sido muy claro con él respecto al uso del arma, pero también sabía que era un bien que significaba mucho para Bastian.

Los rayos del sol besaban la piel de Bastian, de tal manera que el príncipe se veía como un verdadero ser místico.

Ian lo acompañaba a la azotea del edificio cuando Bastian quería entrenar, y debido a que era demasiado perezoso como para hacer ejercicio, servía como apoyo moral mientras realizaba deberes o leía algún libro.

—Hey —miró de nuevo a Bastian, que parecía haberse tomado un descanso—, ¿haces tareas?

—Sip. Es para ahora en la noche—contestó Ian, mirando su trabajo.

Bastian le echó un vistazo al cuaderno, e hizo una mueca.

—¿Esas son matemáticas?

—Algo así—respondió, con una sonrisa, pues le parecía graciosa la expresión de Bastian.

—No me gustan las matemáticas.

—¿No te gustan? ¿Por qué?

—No las entiendo, soy muy malo.

—Creí que eras un príncipe que manejaba muchos campos y que eras perfecto en todos los sentidos.

Bastian se quedó en silencio por un momento, mientras abría una botella con agua y bebía.

—Las personas creen eso de mí, ¿no? —dijo Bastian, con algo de tristeza en su tono—. A mis maestros les molestaba que no entendiera lo que me enseñaban, pero no era culpa mía —suspiró—. Cuando era un niño lo pasaba muy mal, de por sí era visto mal por no poseer magia, así que agregarle el hecho de que era malo en matemáticas, solo hacía que fuera peor.

Ian se mordió el labio, pensando en que lo había hecho destapar recuerdos que era mejor mantener ocultos.

—Pero —continuó Bastian, y le mostró una sonrisa brillante—, aprendí a reírme de mi fracaso con las matemáticas—se rio—. A veces me equivoco hasta cuando sumo. A mi padre no le agrada que diga eso en voz alta, porque no le gusta que admita que soy malo en algo—miró fijamente el anillo que tenía en su dedo índice—, pero soy un humano, ¿no? —volvió a dirigir su mirada a Ian—. Me gusta admitir que soy malo en matemáticas. También soy malo con las ciencias.

—¿En química y eso?

—También trataron de enseñarme, pero soy pésimo en todo—Bastian soltó una risilla—. Hay momentos en los que entiendo, y luego estoy muy perdido.

Ian sonrió al Bastian tan alegre. Parecía ligero, y genuinamente feliz.

—A mí me gustan —mencionó Ian, con una sonrisa—, pero soy muy malo con los juegos de estrategia, por ejemplo. Tú eres increíble para eso.

—No es así —las mejillas de Bastian se coloraron.

—Sí es así —insistió—, y también soy malo con los deportes, y bailando, y cantando.

—¿Estás tratando de hacerme sentir mejor por no saber sumar?

Ian soltó una carcajada, y sacudió su cabeza.

La Guía para Príncipes y Princesas sobre el Amor y la ToleranciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora