Capítulo cuatro.

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No. No podría ser ese el hombre.

Pero, ¿y sí?

―Hola... ―carraspeó―. Hola, mucho gusto.

Se rozaron los dedos, si acaso una leve caricia que los hizo retroceder. La corriente eléctrica, les recorrió por el torrente sanguíneo, causándoles miles de sensaciones inexplicables e inadmisibles. Se escudriñaron milimétricamente, obviando su alrededor y creyéndose los únicos presentes en aquella sala. Virginia se permitió sonreírle al hombre de bigote y chivera frente a ella, no sabía si era él, pero por ahora el destino estaba haciendo de las suyas, poniéndole a ese sujeto.

―Carlos Herrera. Un placer, señorita ―habló, estremeciéndola toda, desubicándole el sistema nervioso―. Gran actriz.

Nunca la había visto actuando, solo la vez pasada en el noticiero y le pareció muy atractiva. El pensamiento le cambió, ahora que la tenía en vivo y directo. Era perfecta, su cintura menuda, piel blanca, propia muñeca de porcelana, y los ojos verdes esmeralda. Le devolvió la sonrisa, y sin saberlo, le aceleró el corazón a la pelinegra. Sintió la necesidad de llenarla de halagos, como si de una obra de arte se tratase.

―El placer es mío ―dijo de vuelta, regresando la seriedad a su semblante―. Muchas gracias. ―Se estrecharon las manos, fingiendo en esta ocasión no estar pasando por una tormenta―literalmente, porque la lluvia se intensificaba, chocando en las ventanas del despacho―, tanto interna como externa. Batallaban en seguir con el agarre o soltarse de una buena vez.

Martín aplaudió, así sacarlos de su ensimismamiento. Dieron un leve salto, zafándose de un solo golpe. Virginia bajó la mirada.

―Sigo aquí, eh ―bromeó el productor, soltando una risotada―. A lo que venimos. Les digo que el proyecto, está asociado con el vicepresidente de los premios de la academia. Cabe la posibilidad, que para el año 2000 entremos en los nominados para mejor película.

Carlos no quitaba la vista de Virginia, cosa que la tenía nerviosa.

―Le entro, mi amigo ―contestó ella, segura de sí misma―. ¿Cuándo nos reunimos todo el elenco?

―Gracias por el apoyo, Virginia ―sinceró Martín Alonso, guiñándole un ojo―. ¿Carlos? ―lo llamó, al determinar lo nublado que estaba por la belleza de esa mujer.

―Cuenta conmigo ―enfatizó, sonriente―. Estoy dentro.

¡Esa voz!

Carlos Herrera la terminaría aniquilando, solo por el timbre de voz tan grave que se cargaba.

Virginia lo admiró por encima del hombro, estaba de perfil, la luz de la bombilla de pegaba en los ojos, haciendo que resaltara su color verdoso. Tragó saliva y quitó la vista de él.

Su reunión acabó diez minutos después, pues terminaron de leer algunas líneas del libreto y aclarar dudas que atacaban a ambos. Gisela se reuniría con el equipo técnico, mientras que Martín estaría con todo el elenco la semana que viene.

Al salir, se despidieron del productor y por un momento lograron estar muy cerca uno del otro. Chocaron en la puerta, quisieron huir al mismo tiempo y se toparon en el marco.

―Adelante ―cedió Carlos, señalando la salida con una mano. La pelinegra afloró una sonrisa y salió primero, sin siquiera voltear a verlo.

El aire había empezado a faltarle y no podía darse el lujo de flaquear, no ante ese hombre que claramente le movió el piso.

A su vez, Carlos caminaba al ascensor, para bajar al estacionamiento. Estaba muy seguro, que la extraña aura que se formó en la oficina ella también la sintió. Los nervios no los disimuló, al menos él los notó.

H I D D E N ©✔Where stories live. Discover now