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ᴄᴀꜱᴄᴀʙᴇʟᴇꜱ ᴅᴇ ɴᴀᴠɪᴅᴀᴅ
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        La época Navideña era la temporada más alegre de Avonlea, seguida de cerca por la cosecha. Parecía algo increíble la manera en la que el pueblo se llenaba de colores en pleno invierno. Las señoras del hogar solían estar mucho más felices que de costumbre, dejaban los chismes para otro momento y se comportaban mucho más agradables. Los niños sabían tener las hormonas revolucionadas, se alborotaban con mucha más facilidad chillando, corriendo de aquí para allá y mostrando su efusividad mediante carcajadas y conversaciones risueñas. Algo similar a lo que sucedía cuando se les daba un poco más de la azúcar permitida en el cuerpo de un infante. La Navidad era tan contagiosa para los pueblerinos que hasta las pobres almas desahuciadas se daban el permiso de sonreír e intentar aplacar su dolor y angustia por las malas rachas.

        Pero de todas las personas que habitaban aquella pequeña población, había una que se llevaba la tiara por ser la más emocionada por la fecha. Para nadie era sorpresa oír la cantarina voz de la señora Lynde soltar cortas melodías navideñas días previos al festejo. Solía hacerlo cuando iba a la tienda del señor Blair, o cuando transitaba por los angostos caminos que marcaban las calles de tierra del pueblo. También podían escucharla los días que debía dirigirse al ayuntamiento para ser partidaria de alguna junta del consejo. No importaba a dónde se dirigiera, durante los días de diciembre, Rachel Lynde siempre se hacía reconocer mediante sus cánticos.

        Su otra actividad favorita de las fiestas se basaba en planificar perfectamente la pantomima. Solía aparecerse dos semanas antes del veinticuatro de diciembre frente a la pequeña estructura a la cual llamaban escuela. Sin ser invitada, puesto que ella no lo requería, se adentraba al edificio y daba pequeños golpes sobre el marco de la puerta corrediza, buscando la atención de los presentes. Desde su asiento, el señor Phillips solía pronunciar aún más su común gesto de desagrado, de ser eso posible. Mascullaba palabras poco corteses, que por suerte no llegaban a alcanzar los atentos oídos de la señora, y empujaba su dedo pulgar sobre su frente, en un gesto un poco cargado de dramatismo. Aunque Rachel lo hacía cada año sin falta, el hombre de bigote jamás se acostumbraba a ser interrumpido por la presencia de la mujer regordeta.

        Si bien la primera impresión siempre era el rostro de enfado del profesor, la señora Lynde era muy bien recibida por la población infantil de Avonlea. La fila de niñas siempre se alborotaba al verla pisar los tablones de madera, debatiéndose entre ellas por qué papeles podrían representar o cuál era la obra que había seleccionado la mayor. En el otro extremo del salón, los muchachos se comportaban un poco más reacios a la idea de la pantomima, pero se podía hallar a más de uno que se encontraba también entusiasmado por la situación.

ꜱᴜɴꜰʟᴏᴡᴇʀ | ɢɪʟʙᴇʀᴛ ʙʟʏᴛʜᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora