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ᴇʟ ʙᴀúʟ ᴅᴇ ʟᴏꜱ ʀᴇᴄᴜᴇʀᴅᴏꜱ
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𝐁𝐔𝐑𝐁𝐔𝐉𝐀 𝐃𝐄 𝐂𝐑𝐈𝐒𝐓𝐀𝐋
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El cielo había amanecido de un gris claro esa mañana pero, a medida que las horas transcurrían, fue adquiriendo un color un poco más grosero, salvaje. Era finales de verano en un pequeño pueblo recóndito de América, y como solía ocurrir durante aquellas temporadas, la lluvia se aglomeraba en lo alto de las colinas, formando enormes nubes grises que engordaban hasta oscurecerse y estallar en lágrimas cristalinas. Lo que más le encantaba de los días así (porque sí, era una fiel amante de los climas tristes) recaía en el delicioso olor que emanaba la tierra al ser humedecida. No había nada que disfrutara más. Por ello, la pequeña criatura de siete años se encontraba sentada en el porche de su hogar, con las piernas unidas en un escalón más abajo, puesto que el largo no le permitía llegar más lejos, y los codos ocupando el espacio sobre sus rodillas. Sus manos cumplían un papel un poco más importante, fungiendo de sostén para su infantil cabeza.

Difiriendo de las órdenes de su madre, quien le había amenazado con colgarla de sus orejas si se atrevía a abandonar la calidez de su hogar, la castaña disfrutaba de las frías pero pequeñas gotas de agua que liberaban las nubes sobre su pálida nariz. Usualmente, era un aviso que improvisaban aquellas acumulaciones de pequeñas partículas de agua (y a veces hielo también) para que los humanos fueran conscientes del próximo diluvio. Recordaba vagamente que su madre alguna vez le llamó llovizna. Aunque esta se encargara de esponjar su cabello e inflarlo ridículamente, a la niña le agradaba la sensación de aquellas menudas gotas sobre su cuerpo, que mojaban muy lento la tela de su vestido y se juntaban en gran cantidad sobre sus pestañas marrones. Además de que siempre aprovechaba el momento para fastidiar a su permisible madre.

Un par de pies comenzaron a aplastar las hojas que habían empezado a juntarse en el suelo producto del imparable cambio de estación. Era el primer aviso de una presencia humana alrededor. Aunque sonara algo presuntuoso, estaba completamente segura de que no se trataba de un animal, puesto que las criaturas solían ser bastante sigilosas al acercarse a los de su especie, pretendiendo pasar desapercibidos por el debido temor que podían llegar a transmitirles las personas. Por otro lado, los animales de granja, aquellos que estaban mucho más acostumbrados a la humanidad, eran casi inexistentes en su pequeño terreno. Su familia contaba con un bello caballo de pelaje café, quien era el encargado de transportar a su madre de aquí para allá cuando ella lo requería, y, además de las pocas gallinas que le habían regalado algunas habitantes del pueblo (como los Cuthbert y los Barry) ante su llegada hace casi cuatro años, no existía otro ser viviente a los alrededores que exigiera sus cuidados. 

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⏰ Última actualización: Sep 18, 2021 ⏰

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ꜱᴜɴꜰʟᴏᴡᴇʀ | ɢɪʟʙᴇʀᴛ ʙʟʏᴛʜᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora