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ᴇʟ ʀᴇɢʀᴇꜱᴏ ᴅᴇ ɢɪʟʙᴇʀᴛ
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        El sol ya se asomaba por las orillas de la Laguna de Barry cuando la mayor de las hermanas abrió sus ojos. La muchacha se había despertado regodeante de alegría. Estaba muy emocionada por ver a su nueva mejor amiga. Eso, y que luego de tres semanas de haber comenzado las clases, Gilbert Blythe volvía de la casa de su primo a Avonlea. No me malinterpreten, Diana no se llevaba muy bien con los muchachos de su clase, creía que eran demasiado inmaduros y torpes, además de molestos, como para pasar tiempo con ellos. ¿Pero Gilbert? El muchacho era el sueño de toda niña en Avonlea. Por supuesto que cumplía con todas las características anteriores, sobre todo por ese pasatiempo tan tonto que tenía de atormentar a las niñas. Diana aún recordaba como más de una vez la había llamado cuervo, haciendo referencia a su cabello. Pero, en su defensa, sus actitudes solo reflejaban su inmadurez, para la pequeña Barry, el muchacho Blythe no era un niño malo, era sin duda todo un caballero. Si bien es difícil entender cómo un niño puede ser un tormento y a la vez un caballero, Gilbert lo era.

        En su despiste, Diana no se dio cuenta en qué momento había terminado de vestirse hasta que se vio a si misma atando su listón celeste a su cabello. Cuando estuvo preparada, la niña tomó sus libros y bajó al comedor, donde su madre la esperaba con un delicioso desayuno. La Señora Barry era una mujer de lo más fina, al pertenecer a la clase alta, se distinguía por su forma estructurada y su tendencia de perfeccionar todo lo que hacía, eso incluía a sus hijas.

        —Diana, ese listón está torcido, ya te he explicado mil veces como debes arreglarlo para que quede bien —Regañó la mujer, mientras la pequeña pelinegra se acercaba a ella para que pudiera corregirlo —¿Tus hermanas están despiertas?

        Diana no lo sabía, había olvidado pasar por las habitaciones a comprobar que estuvieran levantadas.

        —Lo lamento, madre. Olvidé fijarme —La señora asintió y le señaló su lugar en la mesa.

        —No hay problema, enviaré a una de las criadas de todas formas.

        —Madre, ¿Te importaría agregar un tarta más de frambuesa a mi bolsa? Es que ahora que se unió Anne, somos más niñas, y cada vez me toca un pedazo menor de porción —La mujer pareció pensarlo, generando la más pura esperanza en la pequeña. Antes de contestarle, llevó la taza de té a sus labios y bebió.

        —Está bien, pero espero que no me estés mintiendo y me lo pidas solo por gula —Advirtió la matriarca de la familia.

        —¡No, por supuesto! Muchas gracias madre —La pequeña de doce saltó de su silla y corrió el pequeño tramo hasta alcanzar a su madre. Quizá en una mañana más normal, la niña no hubiera hecho tal cosa, pero la efusividad que cargaba desde su despertar la había alentado a cometer dicha acción.

ꜱᴜɴꜰʟᴏᴡᴇʀ | ɢɪʟʙᴇʀᴛ ʙʟʏᴛʜᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora