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-¡Oh, Mona querida! ¿A dónde te diriges hoy? No pensarás internarte en el bosque ¿Verdad? ¿Acaso no has oído las historias sobre el peligroso y tenebroso mago que entre la espesura se oculta?-

Avancé hasta colocarme en la marca del suelo que señalaba mi posición y miré a Elizabeth/Lucy.

-¡Claro que no, mi dulce Lucy! Sólo pretendo dar un corto paseo por las afueras del pueblo pero sin acercarme lo más mínimo al bosque- respondí fingiendo una vocecilla suave y melosa. La que siempre supuse que habría tenido Mona de haber existido.

Elizabeth cruzó el escenario para desaparecer. Pasó junto a mí e inclinó ligeramente la cabeza en mi dirección.

-Espero que no te pase nada, querida.- La miré de refilón cuando escuché esas palabras. Esa no era la frase. Debía haber dicho: “Espero que todo te vaya bien, querida” ¿Por qué la había cambiado? Era imposible que Elizabeth se hubiese equivocado.

Capté su sonrisa y entonces, sus ojos claros brillaron por efecto de la luz y por un segundo se volvieron totalmente blancos. El corazón me dio un vuelco y no supe reaccionar hasta que me vi sola ante el público.

Por suerte, me sabía tan bien el papel que pude hacerlo a pesar de la sorpresa. Tenía que dar vueltas por el escenario fingiendo pasear hasta que Mathew/Nigromante apareciera. No pude evitar mirar de reojo el hueco por el que iba a salir.

Las palabras de Elizabeth y su sonrisa me habían devuelto la intranquilidad, los nervios me torturaban el estomago con maldad. De hecho, incluso tenía miedo de que Mathew apareciera ¿Qué me estaba pasando? Tenía que calmarme o echaría a perder la obra. Y seguro que mi hermano quería tener tal honor.

Di media vuelta una vez más y escuché un movimiento tras de mí. Ese debía ser Mathew, lo sabía de sobra, y aún así me giré lentamente, sintiendo que la respiración se me aceleraba.

Como los años anteriores, Mathew llevaba un traje de otra época, aunque elegante. Botas resplandecientes, pantalones lisos, camisola blanca, chaqueta de seda que ya estaba algo gastada después de tantas funciones. Su rostro quedaba oculto entre las sombras pero le delataba su pose; la misma de siempre y también su misma voz grave.

-Buenas noches, señorita- me dijo. Dio un paso y por fin le vi el rostro.- ¿Qué hacéis por aquí tan sola a estas horas de la noche? Tal vez no sabéis lo peligroso que puede resultar para una jovencita como vos pasear tan cerca del bosque. Pues allí moran criaturas oscuras, más peligrosas y despreciables de lo que vuestra inocente mente puede llegar a imaginar.- Avanzó un paso y quedó aún más oculto en las sombras.- Criaturas como yo.-

¿Me lo había imaginado debido a los nervios o su voz había sonado distinta de repente? Suave de un modo inquietante. Intenté ignorarlo y centrarme en mi papel. Era el momento en que reconocía al mago y trataba de avisar al pueblo. Así que debía sorprenderme.

-Eres tú… ¡Eres tú del que todos hablan! ¡El Nigromante!- exclamé fingiendo solo a medias estar asustada. El público lanzó una exclamación clara y al unísono, pero apenas me fijé porque al mismo tiempo Mathew había soltado una extraña risotada más parecida a un gruñido que tampoco estaba en el guión. De hecho, no fue lo bastante fuerte como para que nadie más que yo lo oyera. Pero había sido Mathew ¿Verdad?

Tenía que empezar a gritar.

-¡El Nigromante! ¡El Nigromante está aquí! ¡Esta en el pueblo! ¡El Nigromante ha venido!-

Corrí por el escenario gritando tal y como se suponía y a la tercera vuelta me acerqué a Mathew, pues se suponía que en la cuarta debía cogerme del brazo. Pero me cogió de súbito cortando mis gritos de golpe.

Me asusté de verdad por la sorpresa y también por la fuerza excesiva con la que me sujetaba ¿Qué estaba haciendo? No hacía falta que me cogiera con tanta fuerza, no me iría a ningún sitio. Tenía un nudo en el estomago creciéndome cada vez más rápido. Algo no iba bien.

Mathew tiró más de mí para que me acercara a él y la luz de las antorchas iluminaron su rostro.

-¡Sí, soy el Nigromante! ¡Y he venido para matar a todo habitante de esta sucia aldea! Y tú tendrás el honor de ser la primera.- Un potente viento sopló e hizo que las llamas de las antorchas temblaran violentamente, arrojando un extraño baile de luces y sombras que deformaron los rasgos de Mathew. Parpadeé asustada y al mirarle de nuevo fue como si mi compañero se hubiera ido, y el ser que me miraba con los ojos refulgentes y ávidos de sangre me causó un pavor tal que las piernas me temblaron. –Ha llegado tu hora.-

Traté de soltarme, asustada, pero él me agarró también el otro brazo.

-No… no… ¡Por favor!-

¿Era verdad? ¿Era mentira? Mi miedo sí era de verdad.

-¡Silencio!- bramó sujetándome y zarandeándome con fuerza. Su mirada glacial se clavó en mis ojos angustiados.- Muere.-

La vi bajar la cabeza hacia mi cuello. ¡Yo estaba paralizada! El miedo no me dejó moverme, solo gritar de pánico.

Las luces se apagaron o eso me pareció. Me preparé para sentir los dientes clavándose en mi garganta pero todo lo que sentí fue una boca cerrada que se pegaba a mi cuello.

Y entonces, abrí los ojos despacio, aún sin atreverme a moverme. Me sentí confusa.

-Bree… ¡Cáete!- me susurró Mathew en el oído. Y yo reaccioné doblando las rodillas y deslizándome hasta el suelo. Entonces, con todo el disimulo que pude, abrí la capa para que se viera la sangre falsa y cerré los ojos. Muerta.

Oí la carcajada de Mathew y el aplauso desafortunado del público, más que nada porque la escena había terminado, no porque se alegraran de la muerte de la pobre Mona.

Cuando volví a abrir los ojos, el telón había bajado y Mathew, sonriente y ya nada aterrador, me tendía la mano.

-¡Vaya, Bree! ¡Has estado súper bien!- me dijo. Aún estaba un poco confundida, pero acepté su mano y me levanté.- Esta vez parecías realmente asustada.-

-Gracias- contesté, porque no se me ocurrió otra cosa.

Bajé del escenario todavía tambaleándome y mientras los demás se apresuraban para preparar la siguiente escena, yo me quedé quieta en un rincón intentando calmarme. ¿Qué demonios había pasado ahí arriba? Se me debía haber ido la cabeza en un ataque de histeria o algo así. El miedo había acabado por dominar mi mente y me había hecho ver cosas que no eran verdad. Pero es que había sido tan real… aún tenía la piel de gallina.

Al menos ya había pasado lo peor. Había muerto en escena y mi papel en esa horrible función había terminado. Ahora solo tenía que olvidarme de todo y disfrutar, lo que pudiera, del resto de la fiesta. Y para ello, necesitaba encontrar a Henry. ¡No! Primero me quitaría ese repugnante vestido ensangrentado.

29 de Febrero: El Día del NigromanteWhere stories live. Discover now