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-Ahora que el señor Wentworth está sano y salvo, podemos olvidar la absurda idea de ir al bosque.- opinó el jefe de la aldea, de quien me había olvidado por completo ya que no había abierto la boca hasta ese momento.

-No, ni hablar- replicó Aidan al instante.- Aunque Wentworth esté aquí, el Nigromante aún anda suelto.-

-Y está herido- añadió Henry.- Es la oportunidad perfecta para destruirle de una vez por todas.-

-No pienso enviar a mis aldeanos al bosque sin una verdadera razón de peso.-

-¡¿No le parece una razón de peso que esté casi muerto por ahí esperando a que lo rematemos?!-

-Señor Thomas, no creo que eso sea…-

-Marcus- le interrumpió mi padre mirándole fijamente.- Los chicos tienen razón; es nuestra gran oportunidad, puede que la única que se nos presente en años ¡Reúne a los hombres, por los dioses!- El jefe seguía dispuesto a protestar contra esa insensatez, pero mi padre le puso la mano en el hombro, en un claro gesto de camaradería (supuse), pues el jefe relajó su expresión de indignación.- ¿Quieres ser el jefe que condene a esta aldea a seguir viviendo con miedo o ser el que acabe para siempre con ese horrible mago y nos devuelva la libertad?-

Me quedé de piedra ante el discurso que mi padre se sacó de la manga. Nunca le había oído hablar así antes. Miré a Aidan y aunque también parecía impresionado, esperaba expectante la respuesta del jefe.

Este levantó el brazo y lo apoyó sobre el de mi padre mientras asentía de forma solemne.

-Tienes razón, John. Iremos al bosque- decidió. – Reuniré a todo aquel que tenga el suficiente valor para seguirnos.-

-Cuenta conmigo, Marcus.-

-¡Y conmigo, papá!-

-Yo también iré-

-¡¡No!!- grité con la poca energía que sostenía mi cuerpo. Los cuatro hombres mi miraron, así que me planté en el centro y les devolví  la mirada uno a uno.- ¿Por qué tenéis que ir justamente vosotros tres? ¿Es qué no hay nadie más?- Señalé a Aidan y a Henry.- Especialmente vosotros dos ¿No habéis peleado bastante por esta noche? ¡Además, tú estás herido! ¡Apenas puedes andar!-

-Yo tengo que ir, Bree. ¿No querrás que papá vaya solo?- Aidan se cruzó de brazos. ¡Pues claro que no quería que mi padre fuese solo pero…! – Aunque tienes razón en algo. Wentworth no debería venir. Si no puedes andar lo único que harás será molestar.-

Henry logró ponerse en pie, sin dejar de apoyarse con una mano en el escenario.

-Estoy perfecto, Thomas.-

Era evidente que no.

-No es necesario que te sigas haciendo el héroe ¿Vale? Por esta noche has cumplido de sobra.- continuó Aidan.- Además, alguien debería quedarse aquí y asegurarse de que Bree no se mete en más líos.-

-¡¡Eh!!- protesté disgustada y ofendida.

-Sí, Henry. Yo preferiría que te quedaras con ella.- Se sumó mi padre.

¿Y desde cuando estaba todo el mundo de acuerdo en que necesitaba un canguro? Mis protestas habrían sido terribles sino hubiese caído en que aquella era la mejor estrategia para lograr que Henry se quedara. Así que cerré la boca.

-Está bien- accedió él.

Y no hubo más que hablar. Vi como mi padre y mi hermano marchaban al bosque. ¡Dioses! ¡¿Es qué esa noche no iba a acabar nunca?! Salieron de la plaza y sus pasos no tardaron en perderse, amortiguados por la nieve.

Suspiré pensando en lo cansada que estaba y sabiendo lo poco que iba a dormir. Bueno, al menos había logrado retener a Henry a salvo.

Me giré hacia él para decirle que volviera a sentarse, pero nada más hacerlo, atrapó mi rostro entre sus manos y sus labios se pegaron a los míos con una urgencia totalmente nueva. La piel de todo mi cuerpo se me puso de gallina solo con sentir su cuerpo pegado al mío. Cuando acabó, me dejó un tanto aturdida y creí no haber oído bien las primeras palabras que me dirigió.

-Lo siento- Yo parpadeé y él las repitió.- Lo siento.-

-¿Por qué?- quise saber. ¿Por qué cada vez que me besaba se disculpaba después? No era posible que aún no se hubiera dado cuenta de que estaba loca por él.

-Siento todo lo que ha pasado esta noche. Siento que ese monstruo te haya metido en esto.- Sus ojos bajaron hasta mi cuello ¿Qué miraba? ¿Acaso tenía ya las marcas de las huesudas manos cadavéricas de Elizabeth? Apartó la mirada como si le horrorizara y supuse que sí.- ¡Casi te matan esta noche por mi culpa!-

-No, no ha sido por ti.-

-¡Claro que sí! ¡Hasta el Nigromante lo dijo!-

Bueno, vale, eso era verdad.

-Ya da igual- le dije mientras me echaba el pelo hacia delante para intentar tapar lo que fuera que tenía en la piel.- Estoy bien, no me ha pasado nada y los cazadores acabarán con él. Tú fuiste a salvarme, eso sí me importa.- Hice una pausa porque la garganta se me atragantó.- Dijiste que… darías tu vida a cambio de la mía.-

Entonces me miró, muy serio.

-Tú dijiste que me querías.-

Ni siquiera sabía si se acordaba de eso porque no había vuelto a mencionarlo.

Nos miramos sin pestañear hasta que Henry se inclinó sobre mí. Creí que iba a besarme, pero solo apoyó su frente sobre la mía al tiempo que sonreía.

Los dos nos habíamos dicho lo mismo, cada uno a su manera, así que no se me ocurrió nada más que añadir en ese momento. Me acerqué y le abracé con cuidado de no tirarle. Apoyé la cabeza en su hombro, mientras miraba hacia el lugar donde los árboles del bosque asomaban por los tejados de las casas. Sus brazos me envolvieron y respiré hondo.

En las copas de los árboles se reflejaba el resplandor anaranjado del fuego de las antorchas porque los hombres abandonaban la aldea. Estaban penetrando en el Bosque Oscuro y entre ellos iba mi familia.

Antes de que pudiera si quiera pensar en la posibilidad de que les pasara algo, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo haciéndome temblar. Pero una de las manos de Henry se posó en mi espalda deslizándose en círculo por ella para calmarme.

-Todo irá bien- me dijo.

-¿Seguro?- pregunté, aunque él no podía saberlo deseaba que me dijera que sí.

-Tu familia volverá, te lo prometo- Sonó tan convencido que me reconfortó de todos modos.- Yo me quedaré contigo.- A pesar del miedo, sonreí en sus brazos.

-Bien-

29 de Febrero: El Día del NigromanteWhere stories live. Discover now