42. Cosas que (no) te gustan

76.2K 10K 4.7K
                                    

Xian


No estaba preparado para Preswen cuando llegó a mi vida en ese elevador.

No estaba preparado para tener una amiga.

No estaba preparado para un beso con alguien que no fuera Brooke.

Sabe a whisky y crema de cacao. Sus labios, presionados firmemente contra los míos, están a temperatura ambiente, o eso creo. Tienen la textura de un algodón de azúcar, pero no son dulces. Las lágrimas le dan la pizca salada. No tengo reacción al principio, pero solo porque me desorienta. Es como ir a dormir la siesta y caer en un sueño profundo. Al despertar uno no sabe si transcurrieron dos horas, dos días o dos meses.

Sentir sus manos en mi cuello me recuerda qué día es e incluso quién soy. La tomo por las muñecas y la aparto de mí.

Salgo del armario sin decir nada.

El corazón me late deprisa y no de buena manera. Apoyo las manos en mis caderas y echo la cabeza hacia atrás. Envidio a las paletas del ventilador por no tener que lidiar con los rebeldes ciclones de las emociones humanas.

Cuando estoy seguro de que no voy a decir ninguna estupidez, me volteo.

Permanece arrodilla dentro del armario, encorvada bajo los ostentosos trajes. Luce perdida y me gustaría regalarle un mapa aunque ni siquiera yo sé dónde me encuentro.

Nunca vi a Preswen asustada, pero cuando me mira en la espera de que diga algo, el miedo le cristaliza los ojos junto con la vergüenza.

Jamás vi a alguien temer ante la idea de perderme. Me doy cuenta de lo mucho que significo para ella, en todos los sentimientos que se entrelazaron estos meses, y concluyo que de presentarse la posibilidad también me asustaría perderla.

Es mi Pretzel. Soy su Pan. Estamos juntos en la panadería de la amistad.

Es difícil imaginar mi día a día sin ella cuando es gran parte de lo que me ayudó a no perder la cordura todas estas semanas. No sé qué habría sido de estos meses si no nos hubiéramos conocido.

—No debería haber hecho eso, ¿verdad? —dice con amargura, en un hilo de voz—. Me odio tanto...

Se seca las mejillas con el dorso de la mano, pero es inútil porque rompe a llorar al instante. Me estremezco cuando se le corta la respiración entre jadeo y jadeo. Parece que por cada inhalación le quitan un cuarto de pulmón. Es bastante aterrador, aunque no es por eso que me quedo de pie observándola como si se tratara de un fantasma, sin capacidad de hacer nada para consolarla.

Es verdad.

No debería haber hecho eso.

—¡Siempre arruino todo! —chilla de golpe, furiosa.

Lanza los brazos al aire con un río de mucosidad próximo a desembocar de su nariz.

No debería haber hecho eso.

Me acerco y abro por completo las dos puertas del armario.

—¿Cómo es posible que cada vez que algo sale bien, un ser humano normal, con aparente capacidad de razonamiento, encuentre la forma de autosabotearse con tanto nivel de éxito? —pregunta, más para sí que para mí.

Ahora es el Mar Mediterráneo de lágrimas otra vez, sumida en pesadumbre. Me siento a su lado y tomo una de las mangas de una camisa blanca de Wells. Se la tiendo a modo de pañuelo.

No debería haber hecho eso.

Se suena la nariz. Más que nariz parece el motor de un auto de hace un par de décadas atrás, oxidado y ahogado.

El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now