21. Malos niñeros

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31 de octubre, 2015


Preswen

El encuentro en el elevador se cancela. Acabo de alquilar un coche de espionaje.

Bueno, no es como si existiera un vehículo que entrara en la categoría o que esa siquiera existiera, pero es negro; fácil de camuflar y con el seguro al día en caso de que lo estrelle contra la parte trasera de un taxi o la Estatua de la Libertad.

—¡Apúrate que me arrugo! —grito.

Apoyo el codo en la ventanilla baja y toco bocina tres veces. Puede que cuatro porque me gusta el sonido de claxon.

—¿Podrías dejar de gritar, loca vocinglera?

Xian mira con recelo el vehículo, de pie frente al edificio Obsidiana, antes de rodear el auto. Me inclino sobre el asiento del acompañante y le abro la puerta.

—Loca tu abuela. Además, lo dices como si a ti no te faltara ningún tornillo cuando te falta la ferretería entera.

Suspira al abrocharse el cinturón.

—Me caes muy mal en este momento.

—Al decir eso asumes que te agrado a veces.

—Al contrario, me exasperas y caes fatal la mayor parte del tiempo, pero ahora solo un poco mal. Espera a que comparta cinco minutos más contigo y luego vuelves a situarte como un descontento constante y profundo que pulula en mi vida.

—¿No quieres ser un poco más dramático?

Reprimo una sonrisa. Sus insultos, comparados con la primera vez que nos quedamos atrapados en el elevador, se han suavizado. Muchas cosas cambiaron desde ese primer jueves.

Se queda mirando a través de la ventanilla las primeras cuatro calles y me revuelvo en el asiento al saber que no está bien.

—¿Tan mal te fue con Brooke?

Somos peces que siguen el cardumen del tráfico neoyorquino, pero cuando exhala como si fuera lunes y anhelara el viernes, siento que nos lanzaron una red de pesca que tira de nosotros hacia una superficie que no estamos listos para alcanzar.

—Acusar a tu novia de infiel tiene la palabra «mal» escrita en todos lados, Preswen. Admito que no fui tan sutil como querían.

—Era de esperarse. —Me encojo de hombros y él echa la cabeza contra el asiento—. Por eso aposté a tu hermana quince dólares a que no podrías seguir el plan al pie de la letra. Gracias, tengo un latte y una dona gratis por eso.

Me regala una mirada de reproche. Luce apagado y me pregunto si mi rostro muestra lo mismo. La conversación con Wells sigue en mi cabeza y me incita a acostarme en posición fetal en mi cama y no levantarme hasta 2046.

—Me alegra que apuesten a mis espaldas. Considera ese desayuno mi buena acción indirecta del día. Respecto a Brooke... Se molestó. Mucho. Aprovechó para echarme en cara cosas en las que, siendo honesto, tiene razón en su mayor parte. Por un lado veo su actitud como la de una adúltera que trata de hacerse la víctima, pero por el otro podría…

—Ser una mujer cansada, irritada y ofendida —termino por él—. Lo sé.

—¿A ti cómo te fue con Wells?

Es mi turno de suspirar. Tamborileo los dedos sobre el volante esperando la luz amarilla. Hoy es Halloween y hay decoraciones por todas partes. Han estado hace varios días, en realidad. Supongo que cuando intentas cazar infieles te olvidas de cazar dulces. Si no estuviéramos en esta situación hasta me habría comprado un disfraz porque amo las fiestas.

Me pregunto de qué se disfrazaría Xian.

—Fue comprensivo, dulce y todo un... Wells. Fue un completo Wells. Por momentos creí que estaba siendo sincero, pero concluí que podría ser un gran actor. Dijo las palabras que todos los infieles dicen. Supongo que lo vamos a averiguar esta noche, y si no es así, al menos conduje un coche de espionaje.

—Es solo un auto negro.

—Eso lo hace de espionaje.

—No, no lo hace.

—Te digo que sí.

Mi insistencia le roba una sonrisa que se torna algo agria al final.

—Sigues creyendo que podría haber una explicación que no involucre un engaño para todas las coincidencias, ¿verdad?

—Sigues creyendo que estoy en etapa de negación, ¿verdad? —indaga en respuesta.

Ninguno contesta la pregunta del otro. En su lugar conduzco manteniendo la lengua quieta. Dejo que la baja música del estéreo llene cualquier hueco de conversación. La noche se abre paso y consume la ciudad. Las luces artificiales cobran fuerza y danzan sobre todos los vidrios de los vehículos y vidrieras de las tiendas, donde se reflejan miles de personas con coloridos disfraces. 

—En fin, prometo que el espionaje será divertido. No es el parque de diversiones, pero es algo.

—¿Qué hay de divertido en intentar probar que otro tipo está intentando encontrar el punto G de tu novia? —espeta—. Y nunca hablamos de un parque de diversiones.

—No te estaba hablando a ti, idiota.

—Tú de verdad estás loca, ¿te crees que hay fantasmas aquí den...? —Pega el grito en el cielo cuando la cabeza de Frankenstein emerge entre nuestros asientos.

—¿Qué es el punto G? —pregunta la niña, curiosa.

—Xian, ella es Amapola —presento sin quitar los ojos del frente—, Amapola, él es el idiota.

—Un gusto, idiota. —Le tiende su mano, pero el pelirrojo permanece pegado a la ventanilla como si la cría fuera un objeto terrestre no identificado aunque ya se haya quitado la máscara.

—Pretzel… —arrastra mi sobrenombre con recriminación.

—¿Qué? El padre trabaja esta noche, necesitaba una niñera.

—¿En serio? —replica observando con desconfianza a la niña—. ¿Justo tú?

—Nunca especificó que fuera una buena niñera.


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El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now