20. Tacaño viscoso

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Xian

—Brooke —llamo, pero tira con furia del dobladillo de su camisa hacia abajo—. Las últimas semanas he notado que…

—¿Qué? ¿Las últimas semanas qué? —dice entre dientes al recoger la falda del piso.

Por un momento quiero retroceder en el tiempo, a cuando sonreía debajo de mí. Incluso más, a cuando entró por la puerta de la sala y me abrazó desde atrás mientras recalentaba la cena. Me cuesta horrores no maldecir a Preswen y Tasha por esto, pero al final es lo que yo quería: preguntar sin rodeos. El problema es que no lo hice de la forma correcta, ¿pero hay una? Ojalá alguien hubiese inventado una manera de desconfiar de las personas y decírselo a la cara sin originar malestar o inseguridad en ellos.

Miro a mi prometida sin moverme, todavía sentado en la cama y en ropa interior. No recuerdo alguna vez haberla visto tan alterada. Dolida sí, pero jamás presencié su irritación llegar con solo una pregunta.

—¿Me engañas? —repito, ignorando todo lo demás.

La vida nunca entrega todas las respuestas, pero me esfuerzo en conseguir todas las que pueda. Vivir a la sombra de la incertidumbre siempre me inquietó.

Me mira como si no estuviera cuerdo. Su mano va a su frente, como cada vez que intenta poner en orden sus pensamientos. No tiene un interruptor de «Ordénate, cerebro» en la frente, pero seguro que le gustaría.

¿Siente culpa? ¿Debería? ¿Que parezca atónita es buena o mala señal?

—¿En serio? —Se mofa con una risa agridulce.

No contesto verbalmente, pero el mutismo le hace saber lo que pienso.

—Los últimos meses he estado trabajando sin parar —recuerda. ¿Meses? Yo estaba hablando de semanas, no especifiqué cuántas. Preswen dijo que no lo hiciera, que de cada detalle se podía rescatar una pista—. Todo para pagar la boda. ¡He ido como loca de cita en cita, de reunión en reunión con el florista, tus hermanas, la modista, el contador, el pastor, la pastelera y quién sabe cuántos más! Me he roto el alma para costearlo todo, ¿y tú me vienes a acusar de serte infiel cuando apenas tengo tiempo para respirar?

—La boda la pagamos los dos. ¿Segura que esa no es una excusa?

Bajo de la cama para estar frente a frente. Sus ojos son vidrio fragmentado.

—¡No, no la pagamos los dos! Me dices que harás los cheques y me dejas el resto a mí, como si casarse no fuera cosa de a dos. Me lanzas todo el trabajo, pero siempre te andas quejando del dinero porque no quieres gastar de más. —Me estrella la falda hecha un bollo en el pecho—. ¡Ni siquiera sabes cuánto cuesta todo para empezar porque te pierdes las citas a propósito! Entonces, debo asegurarme de trabajar el doble dado que no voy a conformarme. Sabes la clase de boda que he querido siempre, y cuando estás constantemente criticándome por los gastos solo me haces sentir culpable. Pues no me importaba, a decir verdad. Si quiero algo trabajo por ello porque en este caso sé que te da exactamente igual, pero a mí no. No quise molestarte y oírte hablar sobre el presupuesto, así que lo siento si me sientes ausente cuando me rompo el trasero para conseguir lo que quiero.

Me da la espalda y tiro la prenda sobre la cama. La llamo y trato de agarrarla del codo para hacer que me mire, pero se zafa de mi agarre con ira.

—Engañándote… —repite, divertida y triste a la vez, mientras niega con la cabeza.

—Se supone que tendrías que conformarte conmigo. No te vas a casar con los arreglos florales o el vestido que lleves puesto, por más lindo que sea, sino con la persona que está frente a ti. ¿Por qué anhelas algo ostentoso? Tú no eres presumida.

El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now