10. Ideas asesinas

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Preswen

Ninguno ha dicho algo en media hora, lo cual es todo un récord.

Al salir del restaurante caminamos hasta poner varias manzanas de distancia entre ellos y nosotros. Xian se quitó los zapatos para estar más cómodo, así que arrastra los pies por la suciedad neoyorkina de la misma forma en que arrastro mi bolso contra la losa.

Nunca me importaron tan poco los accesorios de diseñador.

No acordamos venir a Central Park, solo ocurrió. Tal vez estuvimos tan ahogados en nuestros pensamientos que nuestro cuerpo pasó a andar en modo automático. Nos sentamos en una de las bancas y las hojas secas crujen bajo nuestros traseros. Extendemos el mutismo un rato más. Se quita la peluca y le da vueltas en la mano, concentrado, pero sé que no está contando la cantidad de hebras con los que fue confeccionada.

—Soy buenísima en la cama —suelto de repente, enfadada.

—Eh... Yo también lo soy, ¿pero qué tiene que ver eso con...?

—Soy una buena novia. —Me giro para mirarlo—. Soy una novia espectacular. Sé que los miércoles llega demasiado cansado y por eso le preparo un baño con sales, y lo acompaño a visitar a su madre para defenderlo porque siempre lo ataca por las decisiones que toma. Le hago té de manzanilla cuando le duele la garganta tras ir a los partidos de fútbol y quedarse afónico. En su cumpleaños soy la única que le regala los putos libros de Amir Dallimus. Soy la que mejor lo conoce y, aún así...

Niego con la cabeza, incapaz de terminar. Me empieza a arder la vista.

Desde el momento en que vi los mensajes al tropezar con Xian a la salida del elevador, sentí furia, pero no es hasta ahora que me derriba una tristeza llena de impotencia.

No tenía derecho a hacerme esto.

Si la persona que dice quererte te lastima a propósito, entonces no te quiere tanto. Soy una idiota por creer que esta vez funcionaría, pero no puedo evitarlo. Es tan difícil distinguir al chico bueno del malo cuando este último sabe disfrazarse como el primero. Lo peor es que sigo lanzándome al océano del romance una y otra vez, y siempre me quitan el salvavidas. Debería aprender a nadar por mi cuenta. Estoy segura que hay gente que vale la pena, pero siempre elijo a la que no. Hasta que no aprenda la lección, debería evitar las relaciones amorosas.

Solo en una ocasión de mis veinticinco años de vida encontré a una buena persona. Lástima que rompí con él porque la situación me sobrepasó. Me pregunto dónde está y si es feliz.

—Soy un pésimo novio. Siempre me sentí afortunado de que alguien como ella se fijara en un desastre como yo. Apesto y lo sé, pero si quería casarse conmigo a pesar de saber lo que era, creí que no importaba al final. —Se talla los ojos, agotado—. Pensé que había algo bueno en mí porque me había elegido.

Me seco las mejillas con el dorso de la mano. Debo parecer un mapache rabioso con este maquillaje corrido.

—¿Qué le costaba decir que no quería que siguiéramos juntos? Podría habérmelo dicho y al segundo salir por la puerta y correr hacia ella. Le llevaría dos segundos confesarlo.

Odio que sea real. Odio que duela más de lo que pensé.

—Podría haberme dicho que no cuando me arrodillé y le pedí que se casara conmigo, pero en su lugar, me dijo que sí y tuve que aguantarme a mi madre hablando de la boda por los últimos nueve meses —se queja—. ¿Sabes lo obsesionada que está esa loca mujer con verme en un esmoquin? Le partirá el corazón saber que no sucederá, al menos en una ceremonia nupcial.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora