29. Chalecos de fuerza

75.1K 10.5K 3K
                                    

Preswen


—Menos ojos en mí y más en la vista, señor Silver —advierto al ver que me escudriña pensativo.

—Desgraciadamente usted es parte del paisaje, señora Ellis.

—Señorita —corrijo al despegar mi rostro de la reja.

—No estás tan joven.

—Y tú no desarrollaste alas para sobrevivir a una caída desde aquí, así que cierra tu bocota.

Se lleva los dedos a los labios y simula sellarlos antes de lanzar la llave desde el Empire State. Es infantil e idiota de su parte, pero me hace reír. Nos alejamos de los turistas tanto como podemos para admirar la vista sin cegarnos con sus flashes. Es triste que algunos vivan a través de la lente de una cámara o tratando de hacer el boomerang perfecto para que todos sus seguidores lo vean, pero no puedo culparlos porque yo también era algo adicta a las redes hasta que Brells apareció.

Las redes sociales pueden detonar y hacerte vivir grandes historias, como también lograr que te pierdas otras. A veces es difícil encontrar un balance entre la realidad y la virtualidad.

—¿De qué trata la novela que intentas que publique mi editorial? —pregunta.

Siento como si sus signos de interrogación me golpearan en la garganta y dejaran sin aire. Encuentro auténtica curiosidad en sus ojos. No hay burla latosa y tampoco rastro del destello juguetón. Mis mejillas arden y agradezco la tonalidad de mi piel y que sea de noche, porque de otra forma sé que me molestaría por eso.

—Es solo que… —comienza al ver que no contesto—. Jamás te pregunté qué escribías. Eres la primera escritora que sabe que soy agente literario y no busca sacar provecho de eso.

—No te engañes, claro que quise sacar provecho cuando me enteré. Después, con todo el asunto de ya sabes quiénes, me olvidé. No volví a recordarlo hasta ahora. Creo que todo el resto de ti me mantuvo ocupada.

Me encojo de hombros y asiente apreciando la franqueza. No parece enojado, sino más bien halagado.

—¿Entonces...?

—¿Entonces qué? —Lo miro de reojo.

—Eres pésima evitando temas de conversación, Preswen. —Se apoya contra la reja y hace una pausa para apreciar la vista—. También ahorrando y siendo amable. Vamos, escúpelo.

—¿Me prometes que no te reirás?

—Soy agente literario, este es mi trabajo. Por supuesto que no me voy a reír, y si lo hago me apego a las consecuencias.

—Escribo sobre el triángulo P.

—No recuerdo jamás haber oído algo sobre un triángulo P. —Frunce el ceño, desorientado—. ¿Qué es? ¿El triángulo Preswen? ¿Tan narcisista ibas a ser para ponerle tu nombre a las figuras geométricas?

Trata de adivinar con provocación, pero no va a conseguirlo.

—El día que leas mi manuscrito lo sabrás. —Le guiño un ojo.

No estoy lista para adentrarme en el terrero de la escritura con él.

—Ahora oficialmente me estás utilizando por mi vocación —se ofende.

—Te equivocas, yo siempre te estoy utilizando.

Me da un golpe con la cadera, haciendo que trastabille contra la señora italiana de los gases, a lo que riendo ofendida respondo cargando contra él. Imbécil atrevido. Le doy con la cabeza en el pecho, empujándolo contra el enrejado.

—¡Eh, loca, alto ahí! ¡¿De gnomo a toro hay solo un paso o qué?!

Su pecho se sacude cuando ríe de una forma que provoca terremotos en algún lugar del mundo. Parecemos un par de idiotas y sé que lo somos, en especial yo, pero no me importa. La vida adulta a veces estresa tanto que es bueno tener a alguien con quien mandarla a la mierda, aunque sea durante un segundo. Quejarse de a dos y hacer bromas de mal gusto no soluciona los problemas, pero los hace más llevaderos. Lo importante es lo que viene después, el apoyarse para superarlos.

—¿Esto vas a hacer con los cuernos que nos dieron? ¿Tratar de matarme? —dice al tomarme por los brazos.

Me obliga a dar la vuelta antes de ajustar los suyos a mi alrededor, en un abrazo apretado. Sentiría su corazón contra mi espalda si no estuviéramos más abrigados que los habitantes del Ártico.

—Intenta bajar tu nivel de locura que los de seguridad nos miran como si fuéramos a saltar —susurra contra mi oreja, con su barba incipiente raspando mi piel.

Nos quedamos quietos apreciando Nueva York hasta que todos los pares de ojos dejan de prestarnos atención.

—Me abrazas como si fueras un chaleco de fuerza —señalo, pero no me alejo.

Comenzamos a balancearnos un poco, como si eso hiciera algo para detener el frío traspasando las prendas. No lo hace, pero es reconfortante. Creo que esto es parte del consuelo por de lo Brooke y Wells, el abrazo que hubieran compartido cualquier par de personas normales al descubrir que los engañaban.

—No es como si no necesitaras ir a un loquero.

Le doy un apretón a sus manos en respuesta.

—Eso es lo más dulce que me dijiste desde que nos conocimos, ¿sabías? —Levanto el mentón para encontrar tristeza y diversión en partes iguales en su mirada.

—No quiero saber cuáles son tus referencias sobre dulzura si es así. —Hace una mueca de horror.

Reprimo una sonrisa y pongo los ojos en blanco. También intento que no note que tengo ganas de llorar. Estoy acostumbrada a abrazar a la gente, pero no a que me abracen. Me gustaría decírselo y agradecerle, pero me da pánico que sienta pena o crea que me victimizo cuando me pasé la vida huyendo de ese rol. Así que me callo y aprieto sus manos. Espero que tenga una mínima idea de lo mucho que lo aprecio.

 Espero que tenga una mínima idea de lo mucho que lo aprecio

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.



El elevador de Central ParkWhere stories live. Discover now