26. Ficción para adultos

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Xian


—Empezaré yo. —Trago las pasas con desagrado y ríe, pero no de la forma histérica y alegre con que lo haría en otra ocasión—. Creo que fue irresponsable de tu parte decir que te encargarías de una niña cuando no lo hiciste. No me arrepiento de haberte dicho lo que te dije. —Me encojo de hombros—. Pero debo confesar que una parte de mí, la egoísta y aún negada a aceptarlo, insistió con el asunto de Amapola porque era una forma de evitar ver con mis propios ojos a Brooke caminando dentro de ese lugar a sabiendas que Wells podría estar esperándola.

Es vergonzoso decirlo en voz alta, pero a pesar del paso de las semanas todavía me cuesta creer que alguien que accedió a casarse conmigo pueda quererme tan poco.

Duele poner en palabras que no eres suficiente para alguien.

—Sé que no fui la mejor niñera del mundo. Es solo que... Me cuesta estar alrededor de los niños. Trato de fingir lo contrario, que no son la gran cosa, que es fácil orbitar a su alrededor. —Su voz no se quiebra, pero eso no indica que no quiera hacerlo. No es un dolor reciente el que se le nota en el rostro—. Estuve embarazada hace unos años, producto de una relación que apenas llevaba dos semanas. Cuando le pregunté si quería formar parte de la vida del bebé, me dijo que debía abortar. Le dije que todo estaba bajo control y respondió que nada estaba bien. El aborto no era una opción para mí y me encargaría sola. Insistí en que no lo culparía si desaparecía del mapa.

—No, Preswen, no está bien —repito lo que dije más temprano y comprendo que ese hombre le dijo lo mismo, pero con un tono peor que el mío.

—Exacto. —Alisa el envoltorio de la barrita de cereal sobre sus piernas—. No me dejó en paz. Durante días me acosó para que me deshiciera del niño y empezó a meter ideas en mi cabeza sobre que sería una terrible madre por mi forma de ser. Perdí al bebé unos días después a causa del estrés. Aborto espontáneo… Ya había comprado la cuna.

No sé qué decir, así que me quedo callado. Ni siquiera intentaré tratar de imaginarlo. Es demasiado.

—Intenté restarle importancia con mi familia, de la misma forma en que intenté restarle importancia a lo que decías de Amapola, pero... Tienes razón. Lo siento, fui una idiota. El tipo también tenía razón. Sería una terrible...

—No termines esa oración —pido con suavidad—. Y no te preocupes, aquí somos idiotas juntos —corrijo—. Es terrible lo que te ocurrió y de encontrarme a ese sujeto contrataría a los matones más caros de Nueva York para que le dieran una paliza. Siento haberte hecho recordar eso. Mi presencia no equivale a una entidad de paz y amor como sabrás.

Las comisuras de sus labios se curvan un poco. Me sostiene la mirada y veo en el café de ella tres tipos diferentes de tristeza, si es posible. Una acompañada de cólera, otra de nostalgia y la última de decepción. Me pasa su teléfono y hace un leve ademán con la cabeza para que pase las fotos.

—La mía tampoco —concuerda.

Cuando las cosas marchaban bien, o cuando creía que lo hacían, cada mañana era Brooke la que se levantaba antes. Algunas veces, lo ignoraba y seguía durmiendo, pero otras me quedaba viendo desde la cama cómo escogía el atuendo que usaría. Jugaba a adivinar qué elegiría cuando se probaba frente al espejo del cuarto dos camisas o dos gorros distintos. Siempre adivinaba, pero sin importar que sabía con exactitud cuál sería su respuesta, sonreía contra la almohada.

El elevador de Central ParkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora