El Arco

38.1K 3.3K 490
                                    

Me aventuro con mi nuevo grupo hacia el montículo de gente que discute a gritos. Cuatro hombres con chaquetas de cuero se alzan imponentes sobre dos muchachos, uno de los chicos parece estar a punto de romper a llorar. El otro adopta una actitud fiera, pero vamos, por mucho que quiera, no podrá salir triunfante de un enfrentamiento contra los hombres furiosos. Un tipo grande, de barba y calva, empuja al muchacho con fuerza y lo manda hacia el piso.

Algo básico en las ley de la vida y la supervivencia, es que la mayor parte de la gente piensa que es débil y viven pisoteados por los que creen que tienen más poder. Sin embargo, ¿qué pasaría si esos débiles se unen entre ellos y enfrentan a los grandes? Claro, nos hacemos más fuertes, nos defendemos y los derrocamos. Le echo un vistazo a los tipos esos, tienen fuerza bruta, pero no se ven muy inteligentes.

Los abusones me recuerdan a Aiden y eso solo merece mi odio. Es momento de poner a alguien en su lugar.

—Vaya, qué calor se siente acá —digo en tono juguetón, ahora que tengo la atención de todos, me dan ganas de reír—. ¿Qué pasa, gente? ¿Por qué se ha armado tanto ajetreo?

—Lárgate, morenita, esto no te incumbe.

La mirada lasciva del tipo grande, calvo y barbón me causa asco, vaya imbécil, ahora solo voy a disfrutar más si lo humillo.

—Hey, guapo —me acerco a él con pasos seductores—. Mira que estos dos —señalo a los chicos asustados—, son de mi incumbencia. Si hoy fuera viernes, los dejo en paz y se arreglan ustedes, pero hoy es lunes y no estoy de humor. Ahora, dime, ¿qué pasa aquí?

El que me llamó "morenita" me recorre con los ojos, pero no me dejo intimidar, sé que mi cuerpo no es de actriz porno, pero no estoy tan mal. Se acerca tanto a mí, que me siento su calor y furia irradiar hacia mí. Sus ojos son oscuros, casi tan negros como la noche, pero viéndolo tan de cerca, alcanzo a ver su pupila. No sé si es la cercanía, pero percibo perfectamente su aroma: una mezcla de loción masculina con jengibre, trato de no sentir arcadas; el olor me recuerda a un suceso desagradable... Algo que pasó tiempo atrás. ¿Qué mierda?

Me incomoda su cercanía, no lo niego, pero no retrocederé como una niñita asustada. Una vez que haces tu movimiento, lo tomas, jamás lo dejas a la mitad. Y juro que este cabrón me está haciendo enojar.

—A ver, morena, dices que estos dos idiotas te incumben —habla lo suficientemente alto como para que nuestra audiencia escuche, asiento en respuesta—. Entonces supongo que tú te harás cargo de la lana que me deben.

—No te debemos nada, hiciste trampa.

Uno de los chicos, el que tiene aspecto de ser menos perdedor, habla. Admiro cuando alguien tiene cojones u ovarios para enfrentar a los abusones, pero hay un límite entre valor y estupidez. Cuando te ganan en número, tamaño y aspecto, no te pones de arrogante. Hablas, discutes y llegas a un acuerdo.

El niñato está cerca de la idiotez y no me ayuda a ayudarlo. Casi parece que quiere ser machacado a golpes.

—En cualquier carrera, apuesta y juego hay un código de honor. ¿Cuánto te deben y por qué?

—Juego de póquer, veinticinco mil pesos.

Vale, no es tanto dinero, pero no creo que estos niños lo tengan y siendo honesta, yo tampoco los tengo. En una semana podría juntarlo, pero dudo mucho que nos den tanto tiempo.

—¿Hiciste trampa?

—¡Cómo te atreves... !

—Tranquilo, guapo —digo sin mostrar miedo—. Solo pregunto. Mi amigo aquí presente dice algo, tú dices otra cosa, ¿cómo podemos comprobarlo?

Lo que fui sin tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora