Prefacio

143K 5.7K 1.2K
                                    

Recorría, tambaleante, el oscuro pasillo repleto de gente que se apartaba con asco en cuanto notaba mi presencia. Las luces de colores que parpadeaban al son de la música me provocaban una jaqueca terrible. Ahí caí en la cuenta de la caótica sabiduría que nace de la decadencia, pues con cada paso que daba, revivía las malas decisiones que había tomado a lo largo de mi vida. No son malas, Di, son terribles. Y es que fue fácil reprocharme las acciones que me trajeron hasta aquí, definitivamente debí pensar en las consecuencias.

Tenía náuseas, pero reprimí el vómito, lo que menos necesitaba era hacer enojar a la gente que me rodeaba; pues podrían echarme a patadas del sótano maloliente y perdería lo último que me quedaba de dignidad. Estar ebria y drogada sin compañía es de lo más peligroso que pude hacer.

Supe que me estaba dando el bajón porque mi visión se volvía opaca y borrosa, además, pude sentir mareo, una punzada en el interior del cráneo, la típica dificultad para respirar y las infinitas ganas de llorar. Estaba a punto de desfallecer, de no haber sido por la pizca de amor propio que encontré arrumbada en lo más profundo de mi ser, me habría dejado caer; pero encontré la fuerza de voluntad para llegar al sanitario.

Me encerré en uno de los cubículos, el retrete estaba limpio, pero el piso mojado desprendía un olor a orina. De nuevo me dio náusea, pero intenté no vomitar; con ese mareo no atinaría al excusado. Una vez que me deshice de las arcadas, recargué mi frente contra la puerta.

¿En qué mierda estaba pensando cuando llegué al bar sola y no dudé al tomar esa pastilla desconocida? En el fondo sabía que la única responsable de hallarme ahí era yo, pero quería echarle la culpa a alguien, a una maldita persona en específico... a él.

Aiden, su nombre es Aiden. Ahora que estaba lejos de él no tenía por qué temer pensar (no se diga decir), su nombre; ya no podía hacerme daño... Ya no más. Y aun así, a mil kilómetros de distancia, una simple fotografía causó dolor. Logró destruirme.

Aiden Laredo fue mi mejor amigo durante la secundaria. Nos conocimos el primer día de clases debido a que nos castigaron por romper un casillero al intentar abrirlo y cumplimos condena juntos limpiando utilería de laboratorio.

A partir de entonces fuimos inseparables, no necesitábamos de nadie más, nuestras bromas y risas bastaban. Pasábamos juntos los recesos, nos escabullíamos de nuestras casas por la noche, ya que vivíamos a dos cuadras y nos sentábamos bajo la protectora cubierta de las ramas de un árbol para intercambiar chismes o teorías de la vida y la muerte.

Su padre era mecánico. Fue él quien (sin permiso de mis padres) nos enseñó a conducir. Aiden nunca fue un curioso de los automóviles, creo que incluso le disgustaba manejar, pero a mí me fascinaba el poder del motor de esas máquinas.

Cuando finalizamos tercer año de secundaria y cumplimos la edad suficiente para sacar nuestro permiso de conducir, mentimos a nuestros padres para ir a una carrera clandestina. El lugar era conocido como "El Arco" y al ver tantos autos en un mismo lugar, supe que necesitaba correr alguna vez, sentir esa adrenalina.

Recuerdo aquella noche como la mejor de mi vida, con una persona que fue de las más importantes para mí. Ese día le regalé mi broche de cabello, aquel que mi madre me obsequió en mi sexto cumpleaños. Me arrepiento, pero en aquel entonces quise darle algo para sellar nuestra amistad. Ahora sé que no fue una simple amistad lo que quise sellar, fue algo más, pero en ese momento no entendía bien mis sentimientos.

Nos llevábamos tan bien, que los profesores creían que terminaríamos siendo una pareja del tipo felices para siempre, pero la vida real no es un cuento de hadas y no todos tenemos un final feliz.

Al pasar a preparatoria, algo cambió y hasta la fecha seguía sin saber la razón. Lo único que tenía por seguro era que, después de nuestra escapada a "El Arco", me fui mes y medio de vacaciones a un lugar hallado al otro lado del país. Fue un mes parecido a las películas del típico amor de verano, algo sin mucha importancia y que se termina olvidando pronto. Una vez que terminó, volví a mi pueblo, a la escuela... A Aiden. Pero entonces me dejó de hablar.

Lo que fui sin tiWhere stories live. Discover now