Israel, Tel Aviv

2K 58 14
                                    

Hoy me he tenido que levantar a las 4 y media de la mañana. Volar mola hasta que el despertador te suena a mitad noche con ese pí pí pí tan laboral. Me ducho, tomo mis chocos espolvoreados con Nesquick y salgo a la calle. A los pocos segundos aparece el taxi. Matías es un taxista que conoce mi hermana. Me dijo:

 -No llames a Radiotaxi, llama a un taxista que yo conozco, se llama Matías, le he llamado otras veces, y es una persona de mi confianza.

Cuando salgo, a los pocos segundos aparece Matías en plan señor Lobo, dispuesto a llevarme al infierno si es necesario. Muy diligente me ayuda con la maleta y me lleva con él. Voy sentado detrás en silencio. Observando la soledad del que trabaja de noches. Recogen a un desconocido tras otro y mantienen conversaciones breves, deportivas y meteorológicas. El cielo de Valencia está rojizo y oscuro. El taxi recorre carreteras frías y vacías.

Llego al aeropuerto de Manises, mi aeropuerto favorito. Es mi favorito porque es pequeñísimo y lo encuentras todo en seguida. Nada más entro ya soy el primero para facturar la maleta y después en el control de seguridad unos alicaídos funcionarios también me esperan a mí solo para pasar. Este aeropuerto es una maravilla. Parece como si lo abrieran pa’ ti. Para más fiesta de la comodidad mi puerta es la primera, justo al salir del control, y sólo tengo que volver a ponerme el cinturón, la chaqueta y sentarme en un banquito a esperar. Habré recorrido cuarenta metros desde el taxi a la puerta. No sé si habéis estado en Charles de Gaule pero es el infierno. Más que un aeropuerto parece un gimnasio de lo que te hacen andar.

Al rato, mientras leo “Crónicas Marcianas”, pasa por mi lado un chico francés en dirección a la papelera y se le cae un folleto de papel. Lo recojo y llamo su atención para devolvérselo. El chico cargadísimo extiende el brazo para coger el folleto que le alcanzo. De tanta cosa que lleva se le cae la Coca-cola al suelo. Una mancha negra se extiende por el terrazo. No parece haber nadie por allí y no tenemos ni papel ni nada. Me comenta que no me preocupe, yo me siento en el banco de nuevo y él trata de aclararse con todas las cosas que carga. Al rato desaparece.

Pocos minutos después, mientras sigo leyendo un chaval del equipo de limpieza barre alrededor de mi banco muy enérgicamente, va azuzándome con la mopa, literalmente barriéndome los pies. Sabe que estoy implicado en el tema de la Coca-cola y va a darme por saco todo lo que pueda. No me deja leer.

 Antes de que nos detengan a los dos por pelearnos me voy a la cola que se está formando en la puerta, ya nos llaman para embarcar. En la cola hay gente muy diferente, alguna parisina escuchimizada, alguna culona española y alguno que otro chaval con el chándal del Valencia C.F. Encuentro mi asiento. Tengo al lado a un hombre de unos 60 años con una barriga enorme.

 El pobre… como si trataramos de meter un globo en una caja.... si se comprime para un lado se sale por el otro y viceversa. Lleva colgados en su cuello más medallacos que Mr.T y parece que es más currista que del Atlético de Madrid.

A mi izquierda, un ejecutivo americano le da golpecitos al reposa brazos musicalmente o eso cree. Evaristo, el de la barriga, tiene ganas de hablar, y me mira de vez en cuando tratando de entablar una conversación. Al poco rato me pilla leyendo de reojo su periódico.

—¡Cómo está el país!  —dice suspirando y girando su cabeza hacia mí. En mis tiempos…—y hace una pequeña pausa para que el americano siga también su conversación —no teníamos ni crisis ni hostias, trabajábamos duro y ya está. Durante los sesenta-setenta estuve trabajando en el puerto de Barcelona cargando cacharros de los de antes, no como ahora con tanta maquinita. Claro que estaba yo joven y fuerte. Nos pasábamos allí todo el día cargando y cargando, de sol a sol. Hoy por hoy con tanto Internet y tanta historia todo ha cambiado mucho. Pero está bien. … ¿sabes lo bueno chico? Antes no se hablaba. Con Franco no hablábamos con nadie. Ahora Sarcosi habla con Zapatero cada dos por tres (Zapatero lo menciona en un tonito que deja entrever que no es el presidente de sus sueños). Antes era todo muy hermético, no se hablaba. En fin. Las cosas han mejorado. Aunque ahora con tanto negro y tanto moro no sé cómo vamos a acabar. Su comentario racista no nos gusta y hasta el americano que habla “un poquito de español” lo ha pillado. Dejamos momentáneamente de escucharle y seguimos en nuestras cosas. Evaristo, un poco contrariado, se levanta, y nos pide que le dejemos pasar, va al baño dice. Al pasar por nuestro lado y a modo de venganza comienza la guerra química regalándonos un silencioso pero fétido pedo.

Diario de un español en el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora