Islandia Capítulo 7

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A mitad noche, sumido en un profundo sueño, noté como alguien me despertaba. Don Julián, María y la pechugona me agarraban diciéndome que me levantara. Tenía que ver algo urgente. Estaba desorientado, sin poder observar con claridad y todo me daba vueltas. Me escurrí metiéndome de nuevo en el saco. Me zarandearon y estiraron del saco entre risas; arrastrándome por la habitación. Desconcertado no sabía ni para donde girarme para ver quien me agarraba. De súbito Don Julián me puso en pié. La pechugona me cogía por un brazo y María no paraba de gritar diciendo que corrieramos, llevaban evidentemente todos una cerveza de más. Totalmente aletargado fui andando a toda prisa preguntándoles qué narices querían que viera.  Salimos de la habitación y recorrimos el pasillo hasta una ventana que daba a la parte de atrás de la vivienda.

-Mira, mira, el pichabrava esta liándose con la suiza.

Traté de estabilizarme y ver qué pasaba. En efecto, a pesar de la oscuridad, el fotógrafo italiano estaba metiéndole la lengua en la boca a la suiza mientras le apretujaba con sus manos el culo. Se habían escondido en la parte de atrás del gimnasio, sin ser conscientes de que había una ventana allí. La ventana donde Julio había tendido sus calzones.

Después de dormir pocas hora, a las siete y media de la mañana y a grito pelado, nos despertaron.

-Levantaros, levantaros- gritaba la monitora alemana.

Estaba hecho polvo. Me habían desvelado a mitad noche y había sido complicado dormir con una orquesta de ronquidos internacionales. Miré a mi alrededor. María, la pechugona y Julio se escondían en su saco. Yann, a pesar de ser un participante más, corría de una habitación a otra gritando a la gente para que se levantara. Rebecca y Valeria, las italianas, se habían incorporado y con la espalda apoyada en la pared organizaban sus cosas para arreglarse.

Yann empezó a gritar a las españolas que no se movían. A los pocos segundos abrieron el saco.

-¿Pero qué horas es?-decía la pechugona.

-Hay que ir a trabajar- gritaba Yann con acento árabe.

-Pero bueno tendremos que ir a ducharnos, ¿no?- nos dijo a mi y a Julio.

Le comenté lo que sabía del tema.

-Parece que tenemos que ir directos a trabajar porque las duchas están en la piscina y perderemos mucho tiempo si..

-¿Cómo?- contestó indignada. Yo no puedo ir a ninguna parte sin ducharme.

Todo el mundo se vistió sin rechistar demasiado y salimos al pueblo. Las calles estaban húmedas, había chispeado de madrugada. Nos reunimos en la calle principal con dos personas del ayuntamiento. Esperamos un poco hasta que estuvimos todos allí, las españolas llegaron las últimas. Allí estaba el barrendero y su ayudante que miraba a las chicas como si no hubiera visto tantas juntas en su vida. John que así se llamaba el ayudante era joven preuniversitario con una larga melena rubia. Era bajito pero el trabajo físico lo había tornado musculoso y los del grupo enseguida empezaron a llamarlo el vikinguito. Nos señalaron la montaña para que viéramos unas viejas verjas que servían para mantener a los animales lejos del pueblo. Haciendo hincapié en las herramientas y las carretillas que traían consigo comentaron que había que quitarlas con cuidado y recoger los hierros que habían por allí. Así podrían poner una nueva. Nacho pasó por mi lado un poco extrañado también por la primera tarea. En cualquier caso el sol había salido a nuestro alrededor, se dibujaba un paisaje precioso. Las casas del pueblo estaban amontonadas a la orilla de un pequeño fiordo y las montañas verdes y llenas de matojos amarillos estaban a pocos metros de la orilla..

Subimos arriba con muchas dificultades. María y la pechugona lo pasaron bastante mal. Tenían una resaca de caballo. Una vez arriba empezamos a cortar con alicates la valla y a enrollarla. La monitora o la  alemana mala que ya es como empezaron a llamarla, en contraposición al alemán bueno que era otro participante,  nos dijo a mí, a Don Julián, a las dos italianas y al alemán bueno, que nos subiéramos más arriba. A cincuenta metros de allí había otra valla. Las españolas empezaron a reírse de nosotros y empezamos a subir.

-Coño- dijo Julián. Esto no lo sube ni una cabra montesa.

Una vez arriba empezamos a cortar el cable de la valla y a enrollarlo. Íbamos cortando con dificultades porque la maleza y los arbustos se habían enrollado a la valla y era complicado quitarla. A veces había grandes rocas y había que sortearlas para seguir el camino de la valla. El sol pegaba fuerte y no teníamos, como en la valla de abajo, la ayuda del barrendero y el vikinguito, dos hombres fuertes de monte. Sin embargo teníamos al alemán, un joven del ejército de paracaidistas que se tomaba aquello como sus sagradas horas de gimnasio.

Las horas pasaban y cada vez estábamos más cansados. Don Julián y yo lo dimos todo en momentos puntuales pero al no habernos subido ni agua ni nada para comer fue un error.

Al final de la mañana habíamos formado una bola de vaya. Una gran bola de alambre oxidado que llevaba allí muchos años. El alemán estaba exhausto y nos dio la gran bola a mi y a Julio como una señal, aduciendo que no habíamos trabajado mucho al final y que ahora nos tocaba bajarla abajo.

-Ahora habrá que bajarla me dijo Don Julián.

-Qué va eso lo tiramos montaña abajo y que ruede.

-¿Seguro?

-Sí, ¿qué va a pasar?

Pegamos un par de gritos avisando a los de abajo. Nadie parecía oírnos. La alemana y las dos españolas estaban sentadas en el suelo tomando el sol. Y el resto acabando de formar su bola de alambre. En cualquier caso estaban en el otro extremo por el que iba a bajar la bola.

-¡Cágate!- dijo Don Julián.  Mira a esas tomando el sol mientras los demás están currando a lo bestia.

Estábamos exhaustos y sin fuerzas para bajar aquella bola de espinos montaña abajo. Así que decidimos tirarla montaña abajo. Le dimos un empujón y comenzó a rodar. El pesado alambre iba enganchándose con pajas y ramas y arrasando por donde pasaba. Sorprendentemente cogía cada vez más velocidad. Cuando ya se había embalado mucho paso a la altura de la segunda vaya. De súbito de detrás de una gran roca salió Yann quien fue arrollado por la bola herrumbrosa. Al parecer estaba haciendo pis y se había ido al otro extremo con intención de esconderse. Acabó en el suelo gritando y con su chubasquero hecho trizas.

Diario de un español en el mundoWhere stories live. Discover now