Islandia Capítulo 11

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Por la mañana me contó Don Julián que la suiza había pillado a pichabrava “enseñandole” a Valeria, la italiana, a hacer una buena foto. Estaba detrás de ella rodeándola con sus brazos mientras le ayudaba a conseguir un buen encuadre. Pichabrava posteriormente había alegado que sólo estaba enseñando fotografía y no tonteando como parecía.

A la hora de acostarse, y tras un día de calma, se escuchó un grito. La suiza había metido el hurón en el saco de pichabrava y este se había pegado un susto de muerte. Ya se rumoreaba que dormía en el saco desnudo, por si recibía alguna visita nocturna encontrarse preparado, y tras el incidente se había confirmado. Pichabrava salió corriendo de la habitación desnudo y espantado.

A la mañana siguiente nos levantaron como siempre a gritos. A Yann nadie lo aguantaba pero al final por pena habían dejado de darle la espalda. Eso sí, por la mañanas se levantaba lleno de energía y le gustaba junto a la alemana mala descargar sus frustraciones contra la gente que dormía. La pechugona y María se habían acostado tardísimo la noche anterior y estaban reventadas. Fuera, para variar, estaba lloviendo y el jardinero, y el vikinguito, que parecía más fresco que una lechuga, nos llevaron a la entrada del pueblo donde había unas rotondas y muchas jardineras con flores y arbustos. Allí nos abastecieron de unas grandes bolsas de basura y utensilios de jardinería. Querían que quitasemos las malas hierbas que crecían en las fisuras del asfalto y los bordillos. El tema de mejorar el medioambiente ya parecía ciencia ficción.

-Dios cada día una trabajo más absurdo -comentó Nacho.

Ojeras dijo que ya no sabían qué hacer con nosotros y que nos llevaban donde les apetecía. Que de medio ambiente nada.

Las españolas estaban hechas polvo e incluso el Vikinguito a media mañana empezó a desfallecer. María y la pechugona, con una escoba cada una, se escondían de vez en cuando bajo el tejado de una casa aledaña. Estaban hartas de barrer y quitar hierbas bajo la lluvia y se escondían para marujear un poco.

De repente descubrí que el alemán bueno arrancó un ramillete de flores que había crecido entre malas hierbas y antes de que las tirara se las pedí. Con un poco de guasa y oportunismo se las ofrecí a Sophie que estaba sentada en el suelo al tiempo que arrancaba hierbas con una rasqueta. Sorprendida se puso roja y dejando el trabajo un momento las aceptó dándome las gracias. Después me fui a la parada del autobús a ver que se contaban las chicas.

-Que fuerte me parece - dijo María cuando me acerqué a la parada de autobús.

-Ya te vale- dijo la pechugona. Aprovechando cualquier momento para atacar.

Pichabrava pasó por nuestro lado descubriéndonos bajo el tejado. Cansado de tantas quejas se limitó a hacer un comentario:

-Don´t work so hard.

Después se fue con semblante alicaído sin esperar réplica, parecía haber tenido una noche dura.

Nacho y Julio que se habían percatado de nuestros escondite se pasaron.

-Ya te hemos visto. Eres capaz de hacerte el romántico con cualquier matojo de hierbas. Que rastrero.

Tras toda una mañana bajo la lluvia salió el sol. El tiempo en Islandia, en fin, si aquello era verano no queríamos saber cómo podía ser el invierno.

Después volvimos a casa y comimos unos sandwiches. Pichabrava, sumido en una microdepresión, nos dio libre para ir a la piscina, darnos un baño y ducharnos.

Al llegar a la piscina me fui directo a un pequeño spa para niños donde estaba Sophie con Takushi poniéndose bajo los distintos chorros de agua que había dispuestos. Me metí en la pequeña piscina y estuve hablando con ella. Le pregunté por su vida y ella se interesó por la mía. Sin embargo, no conseguí mucho. Sophie no quería dejar en ningún momento de hablar con sus amigos y de esa manera no había forma de intimar con ella o de hablar de otra cosa que no fueran las conversaciones sobre fotografía que siempre fomentaba Takushi. Después de media hora estaba bastante decepcionado. Pensé que mejor sería hablar con ella otro día. Acto seguido me marché a unos jacuzzis de agua muy caliente en los que estaban metidos las españolas con el resto de gente. La pechugona y la francesa loca se estaban haciendo unas fotos con unos chicos que estaban en el pueblo participando en una competición conocida como “El hombre más fuerte del mundo”. Se habían pasado la tarde lanzando piedras enormes y animaladas similares y ahora estaban de descanso. Las chicas, entre risas, se hacían fotos con ellos y éstos las levantaban como si fueran de algodón sentándolas en sus grandes hombros. La pechugona entre tanto músculo y testosterona se encontraba como en casa.

Diario de un español en el mundoWhere stories live. Discover now