Capítulo 5

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Compañeros

Estaba embobada viendo al chico frente a mí. Sus ojos eran de un azul cobalto que lo hacía lucir casi irreales, sus facciones eran delicadas, pero a la vez duras dándole un aire peligroso. Sus labios me llamaron mucho la atención, parecían como si un escultor se hubiese esmerado tanto en ellos que quedaron perfectos. En el auditorio no lo había llegado a ver bien, y cuando choqué con él solo vi la parte de atrás de su cuerpo, pero ahora que estaba delante de mí podía observar que era sexy como el infierno, sin olvidar su voz. Esta no era ni tan ronca, ni tan grave, pero sí que era sexy, como diría Amber: su voz es del tipo baja bragas.

Quedé colgada en sus ojos, aunque él por su parte me miró frunciendo el ceño, esperando una respuesta. Y antes de contestar cualquier cosa, el reconocimiento pasó por su mirada.

—Ah, eres tú —dijo indiferente.

Lo miré confundida.

—¿Disculpa?

—Eres la acosadora —dijo como si fuera obvio.

—Espera, ¿qué? —pregunté aún más confundida.

—¿Tienes problemas para retener información? —preguntó alzando una ceja.

—Te escuché perfectamente —repliqué—, pero no entiendo por qué me llamas acosadora —me crucé de brazos molesta.

—Te pasaste el día de hoy viéndome —se encogió de hombros, y posó su vista en un anotador que tenía en manos.

—Ja, lo siento, pero el hecho de que te haya mirado en repetidas ocasiones —me sonrojé un poco y no fue de la vergüenza—, no significa que sea una acosadora. Además no tengo idea de quién eres —me molesté aún más cuando no subió su mira a mi altura.

—De acuerdo, preciosa. Entonces, ¿qué haces aquí? —preguntó por fin mirándome a los ojos y pude captar que la situación o yo le causaba fastidio.

Todo el encanto que pude haber tenido a primera impresión se esfumó.

—Primero, no me llames "preciosa" —puso los ojos en blanco ante mi reproche—. Y segundo, se supone que este es el lugar donde tengo que entregar las cajas que van a ser donadas.

—Además de acosadora, eres una buena samaritana —se burló, y esta vez fue mi turno de poner los ojos en blanco.

—Mira, no tengo tiempo para juegos, así que dime si este es el lugar —con mi pie golpeé el piso impaciente.

—¿Acaso esto parece un centro de donaciones? —preguntó irónico.

—Perfecto, este no es el lugar. Gracias —dije secamente.

Me di la vuelta y caminé en dirección a la salida.

—Te enojas con facilidad —observó.

Seguí caminando ignorándolo.

No me enojo con facilidad, él me hizo enojar.

—Oye, niña, si recibimos donaciones, pero el que se encarga de eso no está.

Resoplé y me giré nuevamente hacia él.

—Está bien, pero, ¿puedo dejarlas? —el asintió—. Bien, están en mi camioneta —nos encaminamos a la camioneta de papá.

—Una cosa —me detuve al lado de la cabina, y lo miré seriamente—. No me digas niña, ni acosadora, ni preciosa, ni ningún otro absurdo apodo que se te ocurra, ¿de acuerdo?

—¿Y cómo quieres que te llame si ni siquiera sé tu nombre? —se cruzó de brazos igualando mi mirada y nos miramos por unos segundos.

Suspiré.

Sweet Peril. (The Sweet #1) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora