Cap. 40: El taxi

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Capítulo 40

El taxi

 

 

 

Pedí un taxi y me fui hasta la casa de Ruth, quedé realmente pensativa en lo que había acabado de hablar con Paula.

¿Cómo fue tanta la casualidad para que en el momento del accidente ella estuviera pasando por ahí y precisamente a ella le cayera la moto encima?

Recuerdo ese día y me da un escalofrío horrible, ni Paula, ni Edward, ni yo merecíamos eso que pasó, un accidente de ese tamaño no se le desea a nadie, ni a la propia Paula, que sin saber que iba a ser de su vida en ese momento pasó deambulando por ese pedazo de calle y la loca de Edward iba a alta velocidad.

En esos casos, siempre culpamos a alguien, como lo hizo Paula conmigo, dijo que fui yo quien causé su accidente, y ¡sí que es estúpida! ¿Acaso cree que yo quise accidentarme?

Sentía pena por Paula, la manera en la que Nick jugó con ella, como la ilusionó al comienzo, se acostaba con ella y decía que la quería para luego ignorarla como a un perro con cancha.*

También sentía pena por mí, Nick no solamente jugó con ella, también lo hizo conmigo pero lo perdoné, porque lo amo.

Todo el día había tenido algún tipo de situación, así es todos los días de toda mi vida, sólo quería llegar a la casa de Ruth y tener una conversación normal, con tu amiga normal, en un día NORMAL, pero nada era normal.

—A la derecha, por favor —le indiqué al taxista.

Pero el señor, bueno, chico porque era joven giró a la izquierda y se empezó a reír

—¡Oiga! ¿Qué no acaba de oír lo que le dije? No me parece gracioso, le estoy pagando y si no puede llevarme déjeme acá y yo busco a alguien que sí quiera ganar mi dinero.

—Solo busco divertirme —dijo de una manera silenciosa, cruel y mi corazón empezó a latirme muy fuerte con miedo.

—Mire no me importa si quiere divertirse, a mí sólo me importa que me lleve a mi destino.

—Quiero divertirme con una chica —dijo ignorando lo que le acababa de decir.

—Bueno, señor, si quiere déjeme acá y puede ir tranquilamente a disfrutar con esa chica —dije nerviosa pero tratando de parecer segura y fuerte como venía.

Mientras esa conversación yo saqué mi celular con disimulo para que él no lo notara y le escribí a el primer contacto que tenía: la placa del taxi en el que iba, el nombre del taxista (ya que estaba en un papelito tras el asiento), su descripción física y la ubicación por la que íbamos.

—No puedo hacer eso, señorita —dijo negando mi petición.

—¿Por qué?

—Porque si la dejo bajar a usted, me quedo sin chica.

—Señor —dije demasiado asustada pero controlándome—. Pierde su tiempo, y dinero, sólo déjeme acá y se lo juro que le pagaré o que me quedaré callada.

—No le haré nada que no le guste —dijo el muchacho mirando por el retrovisor.

El seguro del taxi estaba cerrado y solo la podía abrir el conductor, me empecé a desesperar por dentro, empecé a pensar en la cantidad de cosas que podía hacerme ese tipo.

Llegó a un callejón oscuro el cual no reconocí.

—¿Está lista, señorita? —preguntó quitándose el cinturón de seguridad

Mi Hermanastro, el cuarto de los deseos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora