Capitulo cuarenta y cinco

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Lluvia de llamas

-      ¿Ves algo desde ahí arriba Mochuelo?

-          Nada.

-          ¿Cómo que nada? Chico, algo habrá frente a tus narices.

Mochuelo, encaramado en lo alto de un árbol, más concretamente en todo lo alto que se había atrevido a escalar; refunfuñó intentando no echar la vista abajo. Le temblaban las piernas y le sudaban tanto las manos que temía que éstas resbalasen propiciándole una inminente caída. ¿Por qué he accedido a esto? – se preguntó resistiendo un nuevo impulso de mirar hacia abajo.

-          ¡Chico! – gritó Carroñero desde abajo con las manos colocadas sobre sus mejillas a modo de bocina para que el sonido de su voz se amplificara.

-          ¿Quieres dejar de gritarme? – pidió gritando a su vez mientras decidía iniciar el descenso a tierra firme.

-          ¡Te grito porque no me escuchas!

Tocino, masticando una buena rebanada de pan, sonrió mientras Zorro tallaba algo en un trozo de madera. Por órdenes de su jefe, aquellos tres personajes habían salido de avanzadilla a reconocer los terrenos que componían aquel gigantesco bosque que ningún contrabandista había pisado jamás. Y si alguien lo había hecho, n había sido capaz de salir para contarlo.

-          Debe haber un modo especial de entrar y salir – les dijo Araghii la noche anterior mientras bebían buen vino y buenas jarras de cerveza tostada -. Y deseo averiguarlo, ¿quién sabe?, tal vez debamos salir de éste lugar por la puerta de atrás. Nunca está de más tener información de sobra.

Y dicho y hecho, allí estaban el mejor rastreador, el que mejor vista tenía y el más astuto de la banda. Tocino era un caso aparte y les acompañaba por precaución. El hombretón solo poseía una virtud y era su descomunal fuerza física.

-          ¿Se puede saber por qué estas bajando mala semilla? – rezongó Carroñero pateando el suelo.

-          Porque no se ve nada en el horizonte – graznó el muchacho que ponía toda su atención en dónde ponía manos y pies -. Solo hay árboles y más árboles, tanto da donde fije la vista.

-          Interesante – susurró Zorro sin dejar de mirar su talla de madera que apenas estaba formada. Sopló para eliminar serrín y virutas de su figura incompleta.

-          Pero en algún lugar hay una entrada y una salida – dijo el rastreador meditabundo mientras empezaba a andar en círculos -. La cuestión es por dónde.

-          Aquí todo es igual – apunó el glotón que, sentado al lado de Zorro, estaba vilipendiando la bolsa con las  provisiones del día sin remordimiento alguno.

-          ¿Estás seguro?

Carroñero miró a Zorro en el momento en el que Mochuelo ponía de nuevo sus temblorosos pies en un terreno firme. El muchacho suspiró perlado de alivio.

-          ¿Qué quieres decir con es, compañero?

-          Pues precisamente lo que he dicho – atajó este con mirada aburrida sin dejar de pasar el cuchillo por la madera que tenía en la mano izquierda -. ¿No recuerdas lo que vimos nada más llegar? Una ristra de árboles se apartó de las demás y, aunque muy semblantes, vi algo que los hacía distintos.

Mochuelo parpadeó unas cuantas veces rememorando el momento que su compañero de fatigas describía visualizando dentro de su mente el fenómeno tan asombroso que tanto le había fascinado. Aquel mecanismo de vapor capaz de mover un montón de árboles juntos como si fuesen una muralla era… Un momento… como si fuesen una muralla…

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora