Capitulo siete

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El ama del Señorío

Rea estaba asomada en la ventana de su dormitorio cuando el zeppelín aterrizó en las afueras de La Fortaleza. Sus manos dejaron entonces el lápiz deslizarse de sus dedos y se incorporó de la silla en la cual estaba sentada. El pedazo de pergamino en el cual había estado dibujando, cayó al suelo juntamente con el lápiz y la muchacha apoyó las manos en el alfeizar de ladrillo y acero.

No pudo evitar maravillarse al ver una vez más aquella descomunal nave voladora de diseño ovalado y que se moría por poder contemplar más de cerca.

Desde que poseía la capacidad de poder recordar hechos pasados dentro de  su cabeza, Rea había contemplado siempre de lejos el zeppelín real que acudía una vez al año para conducir a la familia a Rubofh para celebrar el baile anual dedicado al rey y al cual ella no podía asistir.

Porque Rea no pertenecía a la realeza. 

¿Quien sabía siquiera si pertenecía a alguna rama de la nobleza del Señorío? Pero no, la joven de diecinueve años no pertenecía a ningún lugar en particular porque era huérfana. Todos en la corte del Señorío conocían su historia - al igual que ella la conocía desde siempre -; hacía diecinueve años que la habían encontrado unos soldados después de derruir un templo de la diosa Gea, divinidad repudiada para todo habitante de Nasak - al igual que Urano - para adorar al dios Cronos. 

Un soldado que presumía poseer un oído extremadamente fino, había asegurado a sus camaradas que le parecía escuchar el llanto de un bebé. Sus compañeros de campaña, al no escuchar nada, se burlaron de él por querer llamar así la atención. Al principio, el soldado insistió sin dar su brazo a torcer ante las chanzas, pero finalmente se enfureció y se marchó echando chispas para intentar calmarse.

Sus pasos lo dirigieron hasta las ruinas y, de nuevo, escuchó - pero ahora con más fuerza - el lamento de un recién nacido. Sin pensarlo, se precipitó hacia las ruinas extrañado. Se suponía que en el recinto solo habían sacerdotisas de la diosa de la Tierra, mujeres infieles por desobedecer las ordenes del monarca para evacuar el edificio y que habían muerto bajo sus espadas antes de quedar sepultadas bajo las losas y pilares del templo que no habían deseado abandonar.

Pero un bebé era distinto.

Era incapaz de no ayudar a un ser tan pequeño he indefenso.

El soldado fue acercándose al cetro de las ruinas, el lugar en el cual la figura de Gea se entrelazaba con la corteza del árbol que la representaba y apartó unos cascotes no sin cierta dificultad. ¡Allí era donde se concentraba el llanto! Cuando pudo apartar el último trozo de escombro, justamente bajo las piernas de la figura destruida de la gran Madre, había un recién nacido ileso con una manta alrededor de su cuerpecito diminuto.

El joven soldado lo tomó en sus brazos y lo miró detenidamente. En verdad estaba completamente sano, sin rasguños aparentes en su piel de un color demasiado blanco. El soldado regresó al campamento con sus compañeros y se presentó ante su oficial a enseñarle lo que había encontrado en las recientes ruinas. El capitán de aquel batallón escuchó su relato y no perdió ni un segundo para ir a informar al rey de los Señores del Dragón.

Fue entonces cuando el rey decidió que se quedaría con la recién nacida, entregándosela a su esposa para que la criara ya que la reina Sonus no podía tener más hijos después del dificultoso parto de su único hijo Kerri. 

- La llamaremos Rea - decidió el rey Xeral - por haber sobrevivido a la diosa Gea.

Y desde entonces había vivido y había sido educada en el seno de los amos del Señorío.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora