Capitulo treinta y seis

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Ataque

Lo veía todo rojo y le costaba tantísimo respirar que tuvo la certeza que se ahogaría de un momento a otro. Quería gritar, llorar y correr hacia el cuerpo quemado hasta límites inhumanos que estaba tendido en el suelo de costado. Pero no podía moverse del sitio y no era porque Gia la sujetase con ademán protector. Era él; era Nïan quien se lo impedía con su magia.

- No te acerques - le dijo mentalmente con una voz tan grabe que ella se estremeció y lloró sin poder evitarlo. Le dolía terriblemente el pecho.

- Nïan por favor - le rogó - ¿por qué lo has hecho?

- Era la única manera y lo sabes.

- No - negó ella - déjame ir contigo.

Él no respondió y se cortó la comunicación a la vez que Kanian gimió como un cervatillo con su último aliento. Imploró que eso no sucediese, que él no sucumbiese a esas heridas. Y no lo hará - le dijo su parte valiente y llena de esperanza -. Su sangre es mágica y tiene el poder de sanar. Se pondrá bien pero… le capturarían de nuevo.

“No, eso no. Antes tendrán que pasar por encima de mi cadáver.”

- No tenéis escapatoria - habló con voz estentórea uno de los Señores del Dragón. Portaba un yelmo y no podía vérsele el rostro -, así que bajad de los caballos ahora.

Hoïen, que solo había tenido ojos para su príncipe, miró al hombre que había hablado con los dientes sumamente apretados. Cruzó una mirada fugaz con Corwën y ésta le devolvió el gesto. El general asintió y de un saltó bajó de su orequs. Todos le imitaron y, en menos de treinta segundos, el batallón estaba con los pies en el terreno fangoso de tonalidad marrón podrido.

- Eso está mejor. Vosotros - se volvió hacia los trolls - rodeadles.

Los trolls, con sus rostros horrendos por la antigua maldición que tiempo atrás les infligieran los elfos, se miraron entre ellos sin moverse. El hombre del yelmo, el único que poseía uno puesto entre aquel pequeño escuadrón de seis solados, se enfureció.

- ¿A qué estáis esperando? ¡Moveos!

El troll jefe negó con la cabeza.

- No - dijo rotundamente.

Eso no les gustó a los Señores del dragón.

- ¿No? ¿Cómo que no? - dijo uno de ellos con una fisonomía increíblemente ancha y musculosa pero con una cabeza totalmente desproporcionada con su cuerpo por ser demasiado pequeña.

- Primero recompensa.

Otro de los soldados enemigos se echó a reír. Éste tenía el cabello pelirrojo apagado con el rostro lleno de pecas que lo afeaban.

- ¿Es que sois tan idiotas que no sabéis que las recompensas se dan cuando se terminan los trabajos?

- Nosotros avisar a los guerreros de acero y estos dar recompensa por ello.

Giadel observaba atónito como aquellos estúpidos trolls discutían con sus supuestos aliados sin perderles de vista. Tal vez la estupidez y vena traicionera de aquellos monstruos les ayudara y todo a salir de aquel atolladero.

- Si tanto queréis sabandijas de agua - habló nuevamente el del yelmo -, tendréis que obedecer mis ordenes o si no - y señaló sin disimulo el cuerpo calcinado de Kanian -, acabareis como ese pelele. ¿Queréis acabar así? Él aún vive por ser un dragón pero vosotros… - se encogió de hombros y seguramente, sonreía maliciosamente - moriréis en el acto sufriendo lo indecible antes de convertiros en cenizas que el viento se llevará para siempre.

Los Señores del Dragón (Historias de Nasak vol.2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora